𝒮𝒶𝒸𝓇𝒾𝒻𝒾𝒸𝑒 | 𝒽𝒶𝓈𝒽𝒾𝓂𝒶𝒹𝒶/𝑜𝒷𝒾𝒹𝑒𝒾

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Una habitación vacía. Un cuadro. La luz de una vela que se apaga. Tesoros empolvados. El silencio. Oh, el doloroso silencio que desearía nunca gozar. Un joven alicaído, a quien no se le permite mostrar sus emociones en público. Un heredero a la corona que de buena manera lo cambiaría por otra cosa. El joven llora. Sus ojos negros como pozos de petróleo están llenos de fluidos corporales, un mecanismo de defensa para evitar que algo se quede en el órgano visor. Aprieta las manos con furia, clavándose las uñas en la piel. 

Un chirrido. La puerta se abre y la escasa luz del pasillo inunda la habitación. Limpia sus lágrimas y observa al visitante. Un joven, unos años menor que él, avanza. Tiene un cabello rubio y unos ojos de zafiro. Luce un vestido del color que el cabello de su prometido. Su figura es delgada y camina con gracia, si lo vieras de espalda, dirías que es mujer. 

—Su alteza —se inclina el doncel. 

—Deidara, querido, ¿qué haces aquí?

—El emperatriz Izuna me ha mandado a buscarlo. Ha estado llorando —afirma, acercándose. El azabache abre los brazos para recibirlo y se unen en un abrazo. 

Los ojos zafiro encuentran el cuadro. Con la poca iluminación, distingue una pareja en el cuadro. Son dos jóvenes, uno de pie y otro sentado en un trono. Ambos lucían ricos trajes, pero uno usaba vestido. El que estaba de pie, tomaba la mano del que presumiblemente era su esposo. Tenía un largo cabello castaño, con dos mechones cayendo sobre su frente; ojos cafés, que transmitían paz y serenidad; una piel, canela como la que se bebe en el café; una corona reposaba en su cabeza y lucía feliz.

El otro, el del trono, tenía un vestido negro como la noche; sus cabellos eran incorregibles y caían en una cascada de picos negros como el alquitrán; sus ojos también eran oscuros, los mismos que había admirado en su futuro esposo; su piel era blanca como la nieve y sus labios estaban decorados con un ligero tono rojo; en su cabeza brillaba una corona de diamantes pero más pequeña que la de su esposo. 

—¿Te gusta, Dei? 

—Es un cuadro muy bonito, hm. 

—Si, a pesar de su corto reinado, fue una época muy feliz la del emperador Hashirama Senju y su consorte, Madara Uchiha. 

—Parece que has oído de ellos, hm. 

—¿Oír de ellos? Dei, Dei, dulce e inocente Dei. ¿Cómo no los voy a conocer?  Son mis padres. 

—¿Tus padres? 

—¿Te gustaría escuchar la historia de los reyes que dieron la vida por su hijo?

—Adelante —se sientan en una butaca y el pelinegro inicia su relato.

Hace tiempo, cuando no existía Konoha, ésta estaba dividida en dos grandes y poderosos reinos rivales. El Senju y el Uchiha. El reino Senju tenía a su merced el bosque y lo dominaba bien, mientras que los Uchiha tenían el río y era expertos con fuego.

Cada reino tenía dos herederos. Uno de ellos era un doncel, que ocultaba su verdadera naturaleza para poder luchar. Otro era un pacifista e idealista soñador. Diferentes eran, diferentes serán pero hasta el fin su amor llegará.

Habían pasado de ser desconocidos a amigos y luego a enemigos. Estalló una guerra entre ambos reinos. Al fin, decidieron hacer un tratado, un alto al fuego. Un matrimonio era la solución. Konoha fue su primer hijo, fruto de su unión y se erigió un reino próspero y sumamente poderoso.

Ambos hombres estaban enamorados. La simple razón por la que en la guerra solo peleaban el uno contra el otro era para evitar que alguien más los tocara. El día de la boda fue muy especial. Salieron del palacio, alegres y llenos de esperanza. El moreno miraba con admiración a su flamante esposo, quién accedió a usar un vestido blanco y con mucho vuelo.

𝐒𝐈𝐋𝐇𝐎𝐔𝐄𝐓𝐓𝐄 | naruto shippsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora