Alonso estacionó el auto frente a la casa de sus padres y un segundo después veía cómo su suegra salía a recibirlos. Más concretamente, salió a recibir a su nieto a quien no dudó en arrebatar de los brazos de su marido cuando apenas lo había bajado de su sillita.
Sonrió al ver cómo Laura acunó a su hijo y él, riendo encantado, aceptaba los besos que dejó por toda su carita.
—Mira qué guapo y grande está mi niño —Dejó algunos besos más en su mejilla y finalmente lo sujetó con su brazo mientras jugaba con su nariz—. Eres igual a tu padre. ¿Cuántos años tienes? Recuérdaselo a la abuela que lo olvidó.
—Dos —respondió, estirando sus dedos índice y corazón para mostrárselos a su abuela.
—¡Qué mayor! —Su hijo volvió a reír y abrazó el cuello de su abuela. Ella sonrió sin poder evitarlo porque ver a su pequeño tan feliz era algo que nunca podría describir. Miguel había crecido muy cerca de sus abuelos paternos en su primer año y, aunque desde que se mudaron a México solo los había visto en un par de ocasiones, siempre los recibía con el mismo entusiasmo—. ¿Sabes quién te está esperando adentro? El abuelo.
—¡Abelo! ¡Abelo! —Miguel se revolvió en los brazos de Laura y salió corriendo hacia la casa apenas puso los pies en el suelo, haciendo que su suegra fuera tras él.
—¿Nos ignoró? —preguntó su esposo, sacándole una carcajada cuando no tuvo más opción que asentir—. No puedo creer que ni siquiera nos haya saludado.
—Creo que debemos asumir que los hijos pasamos a un segundo plano cuando llegan los nietos —Se encogió de hombros y dejó a Purpurina en el suelo—. Además, lleva casi seis meses sin verlo.
—Lo tendrá para ella sola varios días.
—Y, afortunadamente, yo te tendré solo para mí —Se puso en puntitas para alcanzar sus labios y lo besó, un beso corto que consiguió su propósito: hacer que la mente de su marido volara—. Vamos, Purpurina, vamos a buscar a Puntito.
Purpurina ladró en respuesta y no dudó en salir corriendo hacia la casa delante de ella. Antes de alejarse, pudo escuchar que su esposo murmuraba y soltaba un gran suspiro mientras bajaba del auto las cosas de su hijo.
Finalmente, se reunieron en la sala de estar donde Puntito reía sentado en el regazo de su abuelo mientras le mostraba los nuevos juegos de construcción que había comprado especialmente para él. Martina también se encontraba ahí y sabía que, tanto para ella como sus suegros, dejar a su hijo unos días a su cargo era el mejor regalo que podrían recibir.
—Bienvenida, hija —la saludó su suegra, envolviéndola en un afectuoso abrazo antes de alejarse y mirarla de pies a cabeza con una sonrisa—. Creo que si te pregunto cómo estás sería algo estúpido. Cada día que pasa te ves más hermosa.
—Gracias, Laura —Le sonrió, aceptando el beso que su suegro dejó en su mejilla a modo de bienvenida.
—No te imaginas lo mucho que deseábamos que llegaseis —dijo sin soltar a su nieto—. Alonso.
—Hola, papá —Miró emocionada el abrazo que se dieron padre e hijo, terminándolo cuando Laura intervino y estrechó a su marido con fuerza—. Ahora recordaste que tienes hijo, ¿no?
—Lo siento, cielo, pero aún me cuesta trabajo no tener a mi nieto cerca y debo aprovechar cada segundo que está conmigo.
—Lo sé, mamá —afirmó con un deje de tristeza en su tono de voz—, pero ahora lo tendréis para vosotros unos días. Supongo que no os importa.
—¿Importarnos? ¡Vosotros disfrutad! No tenéis necesidad de preocuparos por Miguel porque estará perfectamente con sus abuelos, ¿verdad, mi amor? —Alzó a su nieto de los brazos de su suegro y la ternura con la que su pequeño asintió hizo que todos le sonrieran—. ¿Se van ya?
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Eterna Tentación #BilogíaTentación
RomanceLuego de cerrar el caso que los unió, Regina y Alonso deciden instalarse en Ciudad de México para iniciar una nueva etapa en sus vidas. Felices, tranquilos y llenos de trabajo, disfrutan cada momento y cada día junto a su hijo. Ese pequeño que es el...