Capítulo 09

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■09■

   Ángel

Despierto más temprano de  lo que acostumbro, quiero aprovechar mis últimos días de vacaciones. La cara de Sara al entrar por la cocina es de puro miedo, parece el exorcista, quiero reírme, pero noto advertencia en su mirada.

—Mi estómago está hecho un asco.— está delante del refrigerador observando que desea desayunar.

Las últimas semanas los síntomas del embarazo han sido intolerables para ella, tenemos planeado irnos por lo que me resta de vacaciones a su casa de campo, su padre se la obsequió cuando cumplió los 15 años, tiene un establo para montar a caballo, también tiene caballos, un río cerca, es una casa hermosa.

Nos surgió la idea para que ella pueda descansar, tomar estos días sin preocupaciones, el ruido de sus arcadas en el área de lavado me saca de mis pensamientos, salgo corriendo de la cocina y me acerco al área de lavado para ver que le sucede.

—Es el olor a Avena, no lo tolero.— sirve agua en un vaso de cristal, deja el jarrón del agua nuevamente en el refrigerador.

—¿Qué quieres de desayunar?— dejo la avena en una fuente.

—Deseo comer huevos rancheros con tostada y ajo, mucho ajo.— se sienta en el desayunador.

Niego, sirvo mi desayuno, al plato de avena le agrego frutillas y un poco de miel, desde pequeña me ha gustado desayunar con avena, siempre he preferido la comida balanceada, no siempre debe ser comida chatarra.

Saco un envase, tomo dos huevos y los bato en un contenedor, echo las especies y los tiro a la sartén para que puedan cocerse.

—Alex y Stephan irán con nosotros al viaje.— dejo de batir los huevos.

—¡Qué! ... ¿Te volviste loca o qué?— dejo la olla donde había preparado mi desayuno, en el lavador.

—Necesitamos hablar, seremos padres, debemos aclarar unos cuantos puntos, debes entenderme.— deja caer sus brazos sobre sus piernas.

—Lo único que no logro entender, es porque debes escuchar a alguien que huyó desde la primera sin escuchar razón alguna, ese tipo es un idiota, un patán, no vale nada, y lo peor de todo es que tú le das el valor que no merece.—servo los huevos en un plato.

Mi sangre hierve, Sara es ingenua con quien quiere, ese tipo no merece nada de su parte, desde el primer día en que lo vi, su energía no conectó con la mía, no sé, es como si él escondiera algo, las amenazas que hizo en su casa dejaron mucho que decir sobre su persona, no es el tipo de hombre que ella merece.

—Lo pienso escuchar, es mi vida y mi decisión.— dejo el plato frente a ella.

—No es bueno para ti, el día que intentaste suicidarte fui a amenazarlo y él me amenazó, dijo cosas que sinceramente no las dice un verdadero hombre.

—¿Qué hiciste qué?— mueve hacia un lado su plato y se levanta de la silla, furiosa.

—Lo que hiciste fue algo grave, alguien debía demostrarle que no estás sola.

—No soy una estúpida niña de 5 años a la que su mami debe defender en la escuela, sé manejar mis problemas, no debiste meterte en nuestras cosas, es mi vida, no la tuya.— esas últimas palabras hicieron que terminara de explotar.

—Bien, como es tu vida, has lo que te dé la gana, total, no puedes ayudar a alguien que no se deja ayudar, sigue creyendo en tu corazón y no en la realidad, tarde o temprano la vida me dará la razón.— tiré mi desayuno a la basura y subí hacia mi habitación.

Abro mi equipaje y saco toda la ropa que tenía pensada llevar para la casa de campo, no pienso verle la cara a ese idiota, en pocas palabras Sara me dijo atrevida, desempaqué, me tumbé sobre la cama, encendí la televisión, elegí una película y observé la trama.

Las voces de Alex y Sara se escuchaban en la planta baja, tomo mi bolso y bajo con las llaves de mi auto en mano, Stephan está sentado en el sofá, Alex al verme cambia su rostro por completo.

—No te quiero en mi casa.— mi mirada se dirige a la de Alex.

—Esta es la casa de Sara también.— Sara y Stephan observan la escena.

—Te equivocas, Sara es mi inquilina, esta es mi casa, y en el contrato de alquiler dice que permito quien entre a  mi casa y quien no, vete o llamo a la policía.— saco mi móvil.

—¡Eres una mierda!— Sara se acerca a mí con ira.

—Y tú una estúpida, ingenua, que no sabe diferenciar la realidad y la fantasía, sigue creyendo en este imbécil, pierdes tu pequeño tiempo.— intenta abofetearme, la detengo al instante.

—No vuelvas a hacer eso, o te arrepentirás de haber nacido.— espeto molesta.

Salgo de la casa, enciendo mi auto y manejo como loca por toda la ciudad, es medio día, el tráfico a estas horas es una mierda, me duele la actitud de Sara, ella sabe lo que acaba de pasar con ese crío y aun así le da una maldita oportunidad, a veces sufrimos porque queremos.

Estaciono en un parque para personas mayores, si hay algo que me gusta de este país es que a las personas mayores lo tratan con prioridad antes que nada, bajo del auto, el día está fresco, desde una banca diviso al señor del otro día que estaba en la cafetería preocupado por su hija, sin pensarlo me acerco a él.

—Hola... pensé que no lo volvería a ver.—tomo asiento a su lado con una sonrisa.

—Yo también pensé en lo mismo muchacha, mi único consuelo es saber donde trabajas.—se ve apagado.

—¿Encontró a su hija?— recordé su rostro aquella tarde en la cafetería.

Me observa fijamente a los ojos, con ojos cristalizados sostiene mi mano, da una leve caricia en ella, luego su mirada se pierde en los árboles.

—No sé nada de ella, la policía hizo caso omiso a mi denuncia.— pienso en lo miserable que puede ser la justicia cuando se lo propone.

—Prometo ayudarlo señor.—busco mi móvil.— facilíteme su número celular para poder mantenerme en contacto con usted.— escojo la opción de agregar personas en mi móvil.

—Claro que sí.— me regala su número.

Lo agendo y guardo mi móvil, para poder ayudarlo debo entrar a la mafia, quiera o no, en pocas palabras debo aceptar la propuesta de mi hermano, todo sea por ayudar a este señor, siento que su hija debe estar pasándola mal, no quiero que nadie pase lo que yo pasé, nadie merece entrar al mundo de la mafia si no quiere.

—Prometo que te pagaré lo necesario.— las lágrimas corren por su mejilla.

—No hace falta, lo hago porque de verdad quiero ayudarlo.— doy una palmada sobre su hombro.

—Dios te lo pague.

—Le prometo llamarlo, por el momento siga intentando con la policía, cuando tenga noticias le llamaré.— me levanto del banco.

—Esta es mi hija.—me muestra  una fotografía de su hija, es hermosa, me recuerda a mí cuando era más pequeña.— se llama Luna.

—Gracias, me servirá de mucho.—me despido de él y subo a mi auto.

—me despido de él y subo a mi auto

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StephanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora