capítulo 22

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Cuando iba saliendo se interpusieron en mi camino Stephan y la chica que yacía en sus piernas tiempo atrás, sin darme tiempo a tomar mi arma ambos comenzaron a dispararme, como pude me zafé de algunas balas, la última rozó mi brazo, aguanté el dolor y aceleré más rápido la moto.

No detuve mi camino, no quiero arriesgarme a ser encontrada por ellos, estacioné en la entrada del almacén de mi hermano, mientras iba caminando quité el abrigo quedando en mi sostén de encaje.

—¡Mierda!— Sebastián se acercó a mí.—¿Qué sucedió?— acercó una silla para que me sentara.

—Cuando iba saliendo dos de ellos me interceptaron.— mi hombro ardía con cojones, la bala solo rozó mi brazo.

Por suerte.

—¿Por qué no saliste con nosotros? Tu hermano te avisó que podías salir.— le ordenó a uno de los hombres para que buscara un botiquín de primeros auxilios.

Pensé en Sara, por ella sucedió esto, quiero ayudar a los demás que termino olvidando que yo también necesito ayudarme.

—Mi mejor amiga estaba allá dentro, no podía dejarla en medio de esa balacera.— me tendió algodón con alcohol, lo tomé e hice presión con eso en la herida.

—¿Por qué no vino contigo?— sacó una gasa de botiquín.

—Porque es una malagradecida, piensa que la vida que lleva es la correcta y que no necesita ayuda de nadie.—quité el algodón de mi herida.

—A las personas no hay quien las entienda.— negó y soltó un suspiro.

—¿Viste a Stephan el mejor amigo de Ben?— hice una mueca de dolor cuando colocó la gasa sobre la herida.

—Estuve investigando, Stephan y su hermano son hijos del señor Ferrara, por lo tanto ambos estaban en la entrega.— todo mi mundo se detiene.

No puede ser, no solo estoy destruyendo la vida de un miserable, también Stephan es hijo de ese miserable y probablemente las cosas no terminen como pensé.

—¿Por qué la pregunta?¿No lo sabías?— volví en sí con las preguntas de Sebastián.

—No, no lo sabía, ahora que lo sé debo tener cuidado, no me conviene que sospechen de mí, todo se iría a la mierda si eso sucede.— asintió dándome la razón.

—¡Ya está!— cerró el botiquín, acaricié la gasa.

Mi hermano entró por la puerta con un porro en manos, se sentó en un escritorio que se encontraba en medio del almacén, Sebastián dejó la mochila sobre el escritorio.

—Hemos conseguido raptar 20 kilos.— todos nos quedamos en silencio tras escuchar a Sebastián hablar por todos.

—Bien, a esos perros les faltará huevos para recuperarse después de todo esto.— mi hermano sonríe triunfante.

Me levanto de la silla y camino hacia la salida.

—Ángel, no te vayas, quédate, necesito hablar contigo.— me detengo y camino hacia donde él se encuentra.

Los demás asienten y salen con destino a su casa, Sebastián me guiña un ojo y sale del almacén.

—¿Qué necesitas?— me siento frente a él.

—Papá solicita que vayas a Italia conmigo en dos días, no acepta un no por respuesta.— pensar en mi padre me causa dolor, nadie se imagina cuanto.

StephanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora