Capítulo 16

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■16■

Estaciono frente a la casa con el tiempo encima, solo tengo 20 minutos para arreglarme y llegar a la universidad, lo más probable es que el idiota de Alex acerque a Sara a la casa, dejo mis plataformas a un lado de la escalera y subo corriendo hacia mi habitación, despojo toda la ropa de mi cuerpo y entro a la ducha.

No me esmero mucho rato en el baño como suelo hacerlo por razones obvias, me visto con lo primero que encuentro en mi clóset, unos vaqueros con rotos en la rodilla, unos converse negros, una playera gris con Brad Pitt fumándose un cigarro como logo.

Hago un moño flojo, tomo mis gafas porque el día está muy soleado, las llaves de mi moto, mi mochila y salgo en bola de humo para la universidad, corro a máxima velocidad por las calles transitadas de todo Londres, llego a la universidad en menos tiempo del imaginado.

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Suelto un pequeño suspiro antes de entrar a la cafetería, llevo la carta de renuncia en manos, redacte la carta desde la comodidad de la universidad, la tarde se está terminando lo demuestra los pequeños rayos de sol que se reflejan en el cristal de la puerta de la cafetería, entro y camino hacia la oficina de Reina, la dueña.

— Hola.—  digo tímidamente al entrar a la oficina.

Ella está sentada en su escritorio con una taza de té como siempre con la única diferencia que esta vez la acompaña su perro, un chihuahua pequeño de color negro, este se encontraba en sus piernas lamiendo su cabello, caminé hasta las sillas que se encontran frente a su escritorio y me senté en una de estas.

— Extrañaba tenerte por aquí.— sonrió mostrando sus perfectos dientes, es una mujer madura, para los años que tiene está bien conservada, muy pocas permanecen como ella.

— También extrañaba estar por aquí.—  jugué con la carta que estaba entre mis manos.

— Ángel tesoro debo decirte que si has venido por un aumento...— no la dejé continuar y coloqué el sobre con la carta sobre el escritorio, su mirada se detuvo en el sobre, luego me observó extrañada.

— He recibido una muy buena propuesta de trabajo en una estación policial, esta es mi carta de renuncia, ha sido un placer trabajar para ustedes por estos últimos dos años.— sonreí sin mostrar los dientes, mentí sobre la propuesta de trabajo, ni loca le diré el motivo de mi renuncia.

— Me alegro mucho por ti... no sé que decirte.— tomó la carta con una sonrisa de oreja a oreja.

— Gracias por todo.— me levanté y agarré mi mochila.

— Gracias a ti, por dar lo mejor de ti en esta cafetería.— di un último adiós con mis manos y salí de la oficina.

Caminé hacia el área donde se colocan las ordenes, donde trabaja mi compañero de cocina, me acerqué a él desde el mostrador.

— ¿No piensas ayudarme con los pedidos?—  mordió un panecillo, reí por su acción, él dice que lo bueno de ser chef es que puedes comer todo lo que cocinas, tiene su lógica.

— Vine a despedirme.— le quité el panecillo de las manos y di una mordida, está delicioso.

— ¿Despedirte?... ¿te irás de viaje o algo parecido?—  chupó sus dedos quitando rastro de glaseado.

— Ya no trabajaré más aquí.—  le devolví el panecillo.

— Mierda, cuando dije que deseaba que te largaras no lo dije enserio, es solo que me sacabas de mis casillas y lo sabes.—  negué mientras reía.

— Lo sé tonto, renuncio por otros motivos, los cuales no te puedo contar.

— Contáctame, así me mantengo al tanto de ti.

— Lo mismo digo.—  guiñé un ojo antes de marcharme.

Salí de la cafetería, tomé mi casco, iba a colocarme el casco cuando sentí como una moto se estacionaba a mi lado, miré de reojo y me di cuenta de que era Sebastián, reí internamente.

— ¿Me estás siguiendo o qué?— lo miré con una de mis cejas enarcadas, la verdad es que es muy apuesto, de eso no cabe duda, cualquier mujer desearía follárselo todos los días, es como el helado de chocolate, no tiene taza de rechazo por ningún lado.

— No tengo la culpa de que coincidamos en todos lados.—  sonrió mostrándome su hermosa dentadura y su pircing de la lengua, me imagino esa lengua en mi hueco... maldita sea...cálmate mujer o terminarás loca.

— Te recomiendo que compres los panecillos de vainilla, hoy están más deliciosos que nunca.—  me coloqué el casco.

— ¿Cuándo me aceptarás una salida?—  bajó de su moto con el casco protector en manos.

— Cuando me lo propongas.—  subí el burro para poder mover la moto.

— ¡Carajo!... tienes razón, no te lo he propuesto.—  ambos reímos.— ¿puedes mañana en la noche?— asentí.

— Le diré a Ben que te de mi número de móvil, así me marcas y quedamos.—  asintió.

Salí con rumbo a mi casa, ya es tarde, muero de hambre, espero que Sara haya preparado algo, es lo mínimo que puede hacer después de dejarme tirada.

Estaciono en el garaje, entro a la casa, Sara se encuentra en el comedor comiendo cereal con leche, me quiero morir, es como si hiciera un puto calor y la muy pendeja estuviera comiendo sopa, no me jodas.

— Perdón por dejarte sola en la fiesta.— dejó a un lado la fuente con el cereal, yo perdono tantas cosas, pero ni siquiera una maldita pieza de pollo pudo comprar para mí, tengo hambre estúpida, grito mentalmente porque si lo hago en voz alta ella terminará con una cesárea antes de tiempo.

— No fue una cosa del otro mundo, además fuimos en mi auto, me regresé a casa de la misma forma, no hacía falta que estuvieras conmigo todo el tiempo, cuando la fiesta era tuya.—  busco como loca algo para comer.

 — Bien.—  caminó hacia el lavabo para dejar su fuente sobre este.

— Sara.—  me estaba empezando a cabrear, tengo ganas de llorar, tengo hambre y Sara no ha ido a comprar comida para llenar la alacena.

— Um— murmuró.

— ¿Por qué no has ido a comprar comida?—  tomé la última botella plástica que quedaba de refresco.

— Llegué cansada, pensé que tú lo harías.—  me trabé al escuchar lo último, merece el premio al descaro, se supone que es un mes ella y un mes yo, llevo tres meses haciendo las compras, tres meses corrido.

— ¡Maldita sea Sara! ... llevo tres malditos meses corridos haciendo las compras, no te costaba nada mover tu diminuto culo e ir por comida.— dejé la botella sobre la barra de la cocina.

—¿Perdón?—  elevó su tono de voz, está en falta y se atreve a alzarme la voz... no mi ciela... bájese de ese pedestal.

— ¡Vete a la mierda!—  hice énfasis en la última palabra. 

Salí de la cocina hecha una furia, subí hacia mi habitación, después de calmarme ordené por teléfono una hamburguesa, papa y refresco, no me molesta por el dinero, me molesta porque Sara está empezando a dejarme su responsabilidad a mí y en eso no fue que quedamos.

StephanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora