Capítulo 27

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Es increíble como nuestra vida se puede poner de cabeza en solo un segundo, mi madre siempre ha sido una cobarde y ese es el único concepto en el que la puedo tener.

Nos engañó a todos en especial a mí, por culpa de sus engaños terminé pagando de la peor manera. Por eso todo ahora tiene sentido, el porqué de mi pelo negro cuando mi hermano es rubio y quien suponía que era mi padre también.

En la familia de quien creía ser mi padre no hay personas castañas, todas son rubias de ojos azules o grises, siempre dudé de mis rasgos físicos, pero nunca llegué a pensar que podía ser por eso.

Las lágrimas mojan mis manos, llevo toda la tarde sentada frente a la puerta de cristal que da acceso al balcón de mi habitación, el sol ya se está escondiendo para darle paso a la luna y oscuridad.

Golpecitos en la puerta hacen que salga de mis pensamientos, absorbo mis mocos y seco mis lágrimas, lo más probable es que mis ojos estén hinchados hasta más no poder.

—¿Sí?— por más que quiera ocultarlo mi voz no me ayuda, estoy quebrada, destrozada sería la palabra.

—¿Puedo pasar?— es la voz de mi cuñada, me resulta extraño su interés en entrar, lo más seguro es que Maximiliano la haya enviado para saber como me encuentro.

—Adelante.

Me acomodo mejor para poder amarrar mi pelo, me levanto del frío suelo por culpa del aire acondicionado.

—¡Wao esto parece Alaska!— frota sus manos por los brazos en busca de calor.

Enciendo la luz de mi habitación y vuelvo a caminar hacia donde se encuentra la puerta de cristal del balcón.

—¿Qué necesitas?— hago a un lado las cortinas para abrir la puerta y pueda entrar aire fresco.

—Vine a saber si... ¿Quieres cenar conmigo?— se acercó a la cómoda y tomó un retrato mío y de Maximiliano cuando éramos pequeños.

Sonríe con ternura mientras observa la foto, vuelve a ponerla en su lugar como a la vez su mirada en mí.

—La verdad es que no tengo hambre, perdona el desaire.— observo lo hermosa y calmada que está la noche.

Se acerca hacia donde me encuentro y fija su mirada en el hermoso anochecer.

—Entiendo que no me tengas confianza, tal vez porque empezamos con un mal pie, antes sentía celos de ti, no entendía que eras hermana de Maxi.— intenté no rodar los ojos por el patético apodo que le tiene a mi hermano.— pero con el tiempo entendí que no puedo luchar contra ti, él amor y cariño que siente por ti nada ni nadie lo hará cambiarlo.

Solté un suspiro, me acomodé en el barandal de metal.

—¿Qué preparaste para cenar?— sonrió plácidamente.

—Pasta con camarones y mucho queso.— hizo a un lado su hermosa cabellera.

—Ve por esa pasta, ahora si me dio hambre.— ambas reímos.

—Ya vuelvo. — salió corriendo de mi habitación.

Volví a entrar a la habitación, me tumbé sobre la cama, las chicas de la cocina entraron con una enorme bandeja con dos platos, jugo y queso rayado.

—Gracias, cualquier cosa las llamaré.— cerró la puerta y se sentó frente a mí.

—Esto huele a paraíso.— inhale el exquisito olor, mi estómago involuntariamente comenzó a rugir.

StephanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora