Capítulo 9: El cabeza de turco

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Quien calla otorga, o eso dicen.

Si Aisak no actuaba esa noche como El Cuervo, estaría dando a entender que El Pirómano había logrado asustarle. No podía permitírselo. Ahora que tenía un enemigo público (que encima era Gritt), tenía que mantener el listón alto y contestar a su provocación. Por eso no podía callarse.

Eligió el espejo del baño nuevamente, el mismo lugar en el que había escrito "asesino" refiriéndose a Thomas. En la semioscuridad, comenzó a deslizar el rotulador negro por el cristal. "No te tengo miedo, Pirómano. A diferencia de tu mensaje agresivo y sin fundamento, yo tengo pruebas. Neeka es nuestra amenaza común". Eso fue lo que puso.

     —Interesante —comentó Nikolash.

Aisak ya se había acostumbrado a tenerlo rondando en sus visiones.

     —Casi suena mediático y todo —dijo el espectro de su hermano—. Lástima que no vaya a servir de nada.

     —No necesito que funcione —le contestó—, necesito tiempo.

Pero al darse cuenta de que le estaba hablando a una esquina vacía, el chico negó con la cabeza en silencio y salió de allí, no sin antes dejar una carta de la baraja como firma.


     —Aisak... —murmuró Sylvia dulcemente, zarandeándolo del hombro—. ¡Aisak!

El chico abrió los ojos con mucho esfuerzo. La luz del día era tan intensa que le costaba ver con claridad lo que pasaba a su alrededor, aunque no tardó mucho en acostumbrarse. Su amiga estaba acuclillada frente a su litera.

     —Madre mía, sí que estabas agotado.

     —¿Qué hora es? —Logró articular, incorporándose lentamente.

     —Las doce.

Aisak terminó de despertarse y se puso en pie. Se lanzó sobre el montón de ropa arrugada que había ido acumulando sobre su maleta y se empezó a vestir con lo primero que encontró.

     —¿Dónde está todo el mundo? —preguntó al ver que la habitación estaba vacía, a excepción de ellos.

     —Julie está ayudando a preparar algo caliente para comer. Marcus ni idea. Creo que estaba limpiando la habitación donde han matado hoy los lobos.

     —¿Han matado en interior? ¿A quién?

Sylvia desvió la mirada.

     —No me he atrevido a verlo porque me han dicho que había mucha sangre. Creo que era un tal Zack, uno de la otra clase. La litera donde dormía estaba empapada de... bueno... Me parece que han dejado las sábanas en el cobertizo. Sus amigos han ido a enterrarlo. —Hizo una pausa—. Oye, Aisak... ¿te dará pena cuando yo me muera?

     —Claro que me dará pena. —Arrugó la frente. La zapatilla izquierda no le entraba.

     —Es que... no sé. La segunda noche dijimos que ninguno de nosotros cuatro iba a morir, pero ha pasado mucho desde entonces. Es como si ya nos pareciese normal que todos los días muera uno de nosotros. Ya casi nadie llora y...

     —Tú lo dijiste: nos estamos volviendo monstruos. —Aisak se puso en pie y trató de sonreír—. Si tú murieses, Sylvia, removería cielo y tierra para vengarte.

Sylvia también sonrió, pero eso solo hizo que las lágrimas que había estado reteniendo por fin cediesen para resbalar por sus mejillas. Se frotó la cara con la manga y lloró más fuerte. Abrazó a Aisak y le susurró al oído:

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