Día 5

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     —Velavet, ¿qué ha pasado? —No era la primera vez que la hacía esa pregunta.

Por alguna razón, la chica se negaba a compartir esa información conmigo.

     —Velavet. —dije con un tono más cortante, y esta vez me miró a los ojos— Necesito que me lo digas, si no, no podré ayudarte.

La pelirroja suspiró y se frotó la cara con cansancio. Un nombre más a la lista de personas que no duerme por razones desconocidas. Aunque está perfectamente justificado si ella me dice que no durmió por su padre. La abrazaría, de verdad que me gustaría consolarla, no soy un monstruo desalmado. Pero creo que ella me devolvería el abrazo en forma de puñetazo. Necesita espacio.

     —Escucha —dijo—, esto no se lo cuentes a nadie más. A mí me da igual que te maten por tener esta información, pero no pueden saber que viene de mí.

La miré seriamente. No sonreí, quería que supiese que me lo tomaba en serio.

     —Hace un par de días vino a la cabaña ese granjero... Oppal. Nos dijo a mi padre y a mi que quería tratar unos asuntos, sobre la protección de Mitálea. Él lo vio normal, después de todo, ellos dos eran los que se habían presentado voluntarios.

Hizo una pausa. Vi que se le ponían los ojos llorosos, pero Velavet aguantaba para no ponerse a llorar delante de mí.

     —Se convirtió en habitual. Ese condenado granjero apareció aquí más veces, durante estos dos días. Noté que mi padre cada vez estaba más esquivo, más incómodo con las visitas, pero por alguna razón, nunca le dijo que no. Ayer estaba atardeciendo cuando volvía a casa y me los encontré hablando. Decidí quedarme a escuchar. Oppal parecía enfadado. No hacía más que hablar de los otros, y de que le estaban vigilando. "Thatcher." Le dijo. "Como no incrustes una de tus balas en el cráneo de esa mujer, tú y tu hija seréis los siguientes."

     »Aquella misma noche, antes de que saliese la luna, mi padre y yo comprobábamos las trampas por última vez. Recuerdo que me miró muy asustado, aunque lo intentaba ocultar. Me dijo, "Vet, corre a casa y escóndete debajo de la cama, yo iré después de un rato."

Finalmente se derrumbó sobre las palmas de sus manos y lloró en silencio. Esperé en silencio, sabía que continuaría hablando.

     —Esperé toda la condenada noche, apretando una flecha contra la cuerda de mi arco. Decidí dejar de esperar cuando escuché un disparo al aire. Sabía que él era el único que podía haber disparado, y si había disparado, era porque...

Se le ahogó la voz.

     —No has estado en la plaza, ¿verdad? —me dijo con un nudo en la garganta, yo negé con la cabeza— Mitálea a muerto de un disparo, y él desangrado. Eres rápida, seguro que ya sabes lo que ha pasado.

Mi cabeza funcionada a toda velocidad. Los lobos habían estado chantajeando a Thatcher para que matase a Mitálea. Sabían que dispararía si amenazaban con matar a Velavet. Han matado a dos pájaros de un tiro, y ni siquiera parece obra de los lobos. Cualquiera diría que el cazador se había vuelto loco antes de morir. Y lo mejor de todo, ahora Oppal tenía vía libre para llegar a la alcaldía.

     —Cuando viniste, —me explicó Velavet— pensé que eras uno de ellos. ¿Vienes por lo de la flecha, no? Sabes que yo la lancé.

Sí, el cazador y su hija eran las dos opciones más probables, pero ahora tenía una respuesta.

     —Quería saber... —Hice una pausa, buscando exactamente lo que quería decir— ¿Por qué? —Busqué una pregunta más concreta— ¿Por qué Bórenas y yo? ¿Por qué nos han pasado cosas raras desde entonces? ¿Por qué...?

La saga Pueblo DuermeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora