Capítulo 2: El cuervo

28 3 1
                                    

Era sencillamente repulsivo, pero Aisak no podía dejar de mirar. Aquel cuerpo lleno de cortes y extremidades giradas hacia donde no debían estarlo, tenía algo hipnótico. Era uno de los chicos del otro grupo. Tenía la cara tan desfigurada que era imposible reconocer su aspecto, pero si hubiese sido alguien conocido, Aisak lo habría sabido al instante. Debía de haber recibido un puñetazo en la cara que lo había mandado directo a la inconsciencia, porque algunos cristales de sus gafas se le clavaban en las mejillas. El brazo izquierdo estaba como dislocado, muy separado del cuerpo en una raja a la altura del hombro, y que pasaba por el corazón. La mano de ese mismo brazo estaba segmentada. Su ropa estaba llena de desgarrones que seguían un patrón muy concreto, la marca de alguna bestia salvaje. Solo que aquello lo había hecho una persona.

Aisak estaba muy lejos de allí en ese momento. Una idea daba vueltas en su mente, buscando dónde posarse. Podía incluso escuchar sus graznidos: Lobos. Lobos. Lobos. Pero ya no quedaban lobos por esa zona, y si quedaban ya no se atrevían a atacar a los humanos. Pero tal vez otro tipo de lobo... De alguna forma, lo que más le asustaba a Aisak no era que un niño estuviese muerto, allí delante de sus narices, sino que aquello no le sorprendiese. 

Volvió a la realidad cuando escuchó el jadeo irregular de alguien que vomitaba. Todo el mundo estaba allí, y aún así, no había ningún monitor o profesor con ellos.

     —... ya estaba así —una chica del otro colegio hablaba muy rápido—. Noa y yo habíamos ido al baño, justo ahora, os lo juro, y Cristopher... Cristopher...

Se le agolparon las palabras en los labios y tuvo que parar. En parte porque se ahogaba y en parte porque iba a llorar. Algunos apartaron la mirada, con la cara pálida, y se alejaban para caminar en círculo sobre la hierba. Aquellos que se quedaban cerca tenían la cara tan seria que era como si no fuese la primera vez que presenciaran un asesinato.

No, pero no podía ser, algo estaba mal. Un niño no se muere así como así. Cuatro monitores y dos profesores no desaparecen así como así. ¿Cómo puede pasar algo tan cruel y tan brutal en un sitio como Aventura Amazonia? Y... ¿Qué sitio era Aventura Amazonia exactamente? A Aisak no le gustaba tener tantas preguntas a medias en la mente. Le hacía sentir que dependía de lo que otros pudieran ofrecerle, y eso siempre lo incomodaba.

En medio del caos surge el orden. Niños extraños se convierten en adultos organizando a las personas. El que estaba callado en una esquina de repente es presa de un maravilloso lapso de lucidez. Un chico alto, rubio y de ojos azules (básicamente lo contrario a Aisak), del otro grupo salió para poner un poco de calma y asumir el control.

     —A ver, ¿nadie tiene un puto teléfono aquí o qué? Tenemos que llamar a una ambulancia o algo. Amy —le dijo a la chica que había estado hablando antes—, vete con Noa y las demás a buscar la caja de los teléfonos. ¿Alguien sabe dónde están los monitores?

Unas cinco chicas salieron corriendo hacia las salas vacías al principio del campamento.

     —¿No es obvio? —Julie había aparecido de la nada—. Les habrá pillado quienquiera que vaya por ahí matando niños. Algún demente los tendrá secuestrados en un sótano... o despiezados.

Cristán, que resultó ser el chico de la clase de Aisak que había estado vomitando, soltó una nueva ráfaga de munición, sin recargar ni nada, ante las palabras de Julie.

     —Si fuese un psicópata —rebatió el rubio—, ya estaríamos todos muertos. Solo ha ido a por una persona.

"Por la noche, el hijo del panadero invadía una casa. Cortaba un alma, como siempre. Una sola, sigo sin saber por qué. Por el día se las apañaba para ahorcar a un inocente." Recordó Aisak con un escalofrío. Tenía una teoría para todo aquello, pero todavía no se atrevía a pronunciarla en alto.

La saga Pueblo DuermeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora