Capítulo 17: El caballero de la espada oxidada

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[Inciso]

Es una habitación con pocos muebles, cuadrada, de aspecto genérico. Un escritorio se sitúa debajo de la única ventana que hay, que asoma a un paisaje de hileras de árboles, aunque es de noche. Sobre el escritorio hay un caos de libros y cuadernos abiertos por páginas aparentemente al azar. También hay una lámpara que no es de aceite ni de electricidad, y que todavía desconcierta al Ineludible por su funcionamiento complejo. La tenue luz dorada de la lámpara crea un pequeño círculo brillante sobre el escritorio, aunque también tiene fuerza para iluminar las paredes de la estancia.

Papeles. Centenares de ellos forrando las paredes, sin dejar ni un solo espacio libre. Hay dibujos de personajes, referencias de ropa. Aunque también hay líneas del tiempo con eventos que no tienen sentido y gráficos que no parecen servir para nada. Hay algún que otro mapa hecho a mano, aunque son más escasos.

Lo más llamativo en la habitación, sin embargo, es la propia persona que se sienta allí a trabajar. Es una mujer vestida de blanco: ropa holgada blanca cubierta por una capa igual de impoluta, aunque no lleva puesta la capucha. Lleva al descubierto una media melena ondulada de pelo blanco, lo que hace difícil adivinar su edad, pero no parece anciana.

Sobre su regazo reposa una caja de zapatos sencilla. La Mujer Anónima pinta una figurita de madera con un pincel, esmerándose en replicar los detalles que hay en su mente.

     —Me parece innecesario —replica El Ineludible, de pie en el otro extremo de la habitación.

Ella sopla sobre la marioneta para secar un poco la pintura y después sonríe levemente.

     —Pero es bonito —dice.

     —Bonito e innecesario —prosigue el individuo sin identidad, terco—. ¿Para qué lo quieres?

     —Me ayuda a organizar todas las cosas que pasan en mi cabeza, a establecer un orden para la historia. Y es para ti.

     —¿Para mí? —El Ineludible levanta una ceja, incrédulo—. ¿Acostumbras a hacer regalos a tus sirvientes?

Ella suelta una risita, tomándose el insulto como un chiste.

     —Pero yo te tengo cariño. —Siempre evitaba pronunciar el verdadero nombre del Ineludible—. También a ellos —concluye mirando el resto de figuritas, metidas en la caja.

     —No lo parece. Me vas a hacer llevarme el alma de todas ellas. ¿Nunca te parece duro? ¿Alguna vez sientes culpa cuando decides matarlas?

     —Cada vez. —Deja la figura sobre el escritorio y echa un último vistazo al dibujo que estaba usando de referencia: una niñita menuda cuyo pelo apenas le llegaba por encima de los hombros—. Trato de imaginar cómo sonríen, cuáles son sus gestos al hablar, cuáles son sus recuerdos más felices... Y, aún así, tengo que planear cómo se van de este mundo. Siempre es duro.

Hace un gesto para que el hombre sin identidad se acerque al escritorio y pudiese verlo mejor. El otro, receloso, hunde la mirada en el pueblecito de madera que había dentro de la caja. Así era como Ella había decidido imaginar Castronegro, y le había dado forma con las manos con una fluidez pasmosa. Oh, pero se había pasado también horas totalmente quieta, simplemente pensando qué aspecto tenían esas casas antes de esculpirlas.

El Ineludible coge con cuidado la figura de un chico bajito con el pelo oscuro y estudia los detalles de su rostro serio.

     —Son todos muy jóvenes. Siempre los matas jóvenes.

     —¿Es compasión lo que estoy oyendo? —Tuerce una sonrisa burlona llena de complicidad—. No me dirás que ahora te dan pena.

     —No siento nada por ellos —replica.

La saga Pueblo DuermeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora