Día 11

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Abrí los ojos.

Sí, abrí los ojos, y me palpé todo el cuerpo incrédula, buscando alguna herida visible. Nada, completamente sana. Casi era un insulto lo bien que me encontraba. Miré a mi alrededor. Hacía una hora que había amanecido, por lo menos. Me abalancé sobre el escritorio para comprobar si el diario seguía allí. Allí estaba, oculto por unos papeles.

Miré a mi alrededor, otra vez, todavía sin saber exactamente por qué estaba viva. ¿Por qué? ¿No había probado mi inocencia del todo, por eso no estaba muerta? Mierda, el hecho de que siguiese viva me hacía parecer aún más sospechosa.

Porque, piénsalo. Una mujer acusa directamente a un Hombre Lobo, sin pruebas, sin explicaciones, nada. Al día siguiente amanece completamente ilesa en su cama, sin marcas, sin sangre, nada. La única explicación posible, es que esa mujer es un Hombre Lobo, y ha acusado a uno de los suyos para encubrirse.

Mierda, mierda, mierda. ¿Cómo iba a asomar la cara por el mercado después de lo que había pasado?

Justo en ese momento alguien llamó a la puerta. Probablemente fuera Dex, con noticias sobre la persona que había muerto aquel día en mi lugar. Fui a abrirle rápidamente. Necesitaba hablar con él. Necesitaba que él encontrase una explicación lógica a por qué seguía viva. Él siempre la encontraba. Abrí la puerta una rendija, para poder ver quién era.

Nant.

Siempre ella. Siempre en todas partes.

     —Oh, gracias a la Diosa que estás bien, niña —dijo, no sonaba como a ella, siempre burlona.

     —¿Y tú qué narices quieres de mí ahora?

Eso pareció suficiente como para cambiar el interruptor de su mente a la Nant de siempre. Incluso pude oír un leve "clic".

     —Qué maldita desagradecida. Y encima que me preocupo por ti. Tienes que dejarme pasar.

Yo seguía manteniendo la puerta abierta con el mínimo resquicio para verla.

     —Mejor vete a jugar a las cocinitas, bruja.

Puso los ojos en blanco.

     —Mira Anesh. Me alegra que estés viva, pero el hecho de que lo estés te trae muchos problemas. Si no vas a dejarme entrar, tendré que llevarte a rastras a la botica.

     —Ahora resulta que quieres ayudarme.

     —Nunca dejé de hacerlo.

La miré seriamente. Ella me miró igual, y sostuvo la mirada mucho más tiempo. Después asentí y me dejé guiar. Esa bruja no pisaba un pie en mi casa, pero no podía hacer nada para evitar que me llevase a su tienda.

Por el camino la gente cuchicheaba sobre nosotras. Pero no era como otras veces. Esta vez tenía la certeza de que los comentarios eran exclusivamente sobre mí. Y eso que iba caminando al lado de un prostituta que tonteaba con las fuerzas oscuras. Me di cuenta de lo mucho que necesitaba a Nant en ese momento.

Entramos a su botica. Allí ya estaba El Anciano, sentado en una silla con expresión ausente. Parecía un maniquí al que hubiesen dejado allí, como un mueble más. Ni siquiera levantó la vista cuando nos vio entrar.

     —Ya estoy aquí —dijo Nant, de todas formas. Se arrodilló junto al hombre para que su mirada que apuntaba al suelo ahora apuntase a ella—. ¿Cómo te encuentras?

Abrió la boca, pero se quedó así congelado. No era capaz ni de emitir un leve balbuceo.

     —Todavía no he conseguido que diga nada. —Nant se giró hacia mí— Pero grita en sueños. No sé qué es peor, morir o sobrevivir.

La saga Pueblo DuermeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora