Capítulo 14: El cupido

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En su sueño, Sylvia también se tiraba a la piscina, pero por mucho que Aisak nadaba hacia abajo, nunca lograba llegar al fondo, y muchos menos coger a su amiga.

Se iba haciendo todo más oscuro. Cuando el joven quiso salir a la superficie para coger agua, tardaba siglos en nadar hacia arriba y acabó ahogándose.


Se despertó, frustrado. Llevaba mucho sin dormir razonablemente bien. Y cuando conseguía quedarse dormido, no descansaba. A su lado, la cama vacía de Marcus pesaba en su conciencia más que otros días. Sus cosas seguían ahí: su mochila abierta, su ropa arrugada. Aisak sintió un pinchazo en el pecho y tuvo que darse la vuelta para dejar de verlo. Pero cuando intentaba cerrar los ojos con fuerza, veía el cuerpo de Celestine con sus cortes y los labios morados.

Saltó de la cama y corrió al exterior, sin importarle lo que pudiese pasarle o a quién pudiese encontrarse. En su huida sin rumbo, fue a parar a la piscina, donde lanzó un alarido que buscaba liberarlo de todos sus males.

     —¡Sé quién eres! —chilló, sin importarle que alguien que estuviese despierto lo escuchase o no. Confiaba en que las gruesas paredes del albergue taparían la mayor parte del ruido—. ¡Sé cuál es tu función! ¡MUÉSTRATE! ¡DÉJAME VERTE!

Estuvo un rato allí de pie, totalmente solo en la noche, respirando pesadamente. Aisak notaba una especie de fuego en las venas que le otorgaba fuerza y le daba ganas de arrancarse la piel a mordiscos al mismo tiempo. Quería verlo a él, al fantasma que era el producto de sus delirios.

     —Hola, Aisak.

El joven se giró, a tiempo de descubrir a Nikolash apoyado contra uno de los árboles decorativos. Tenía las manos en los bolsillos de unos vaqueros rotos que Niko llevaba casi todo el tiempo.

     —No pronuncies mi nombre. —Lo señaló acusadoramente—. Sé lo que eres y no quiero que...

     —¿Es una amenaza? —El Ineludible entornó los ojos, pero luego se echó hacia atrás y lanzó una carcajada, divertido—. ¿Qué es lo que sabes, entonces? Soy tu hermanito, Aisak —repitió su nombre, sin hacerle caso.

     —Eres... la muerte. Esa es tu función.

     —¿Y acaso crees que con esa explicación de mierda ya me comprendes? —Caminó hacia él lentamente y Aisak retrocedió, asustado—. Tánato, La Parca, el Ángel Negro... Tengo muchos nombres. Reconozco que todas esas leyendas construyen una imagen de mí más grande de la que merezco, pero tú... —llegó hasta él y le presionó el pecho con el dedo. Aisak contuvo el aliento al sentir sólido el cuerpo del espectro— no tienes ni idea.

El chico hizo acopio de fuerzas y levantó la cabeza para mirarle a los ojos.

     —Pero lo eres, ¿no? Eres la muerte. El Ineludible, como te llamaste tú.

     —No sé, Aisak. Yo creo que solo has perdido el juicio y te imaginas cosas.

     —Ayer dijiste que fuiste a "hablar" con Celestine —prosiguió, negándose a irse de allí sin respuestas— y después apareció muerta.

     —Oh. —Abrió mucho los ojos, aunque la sorpresa de su rostro no iba acorde con la carencia de interés de su voz—. Te reconcome la muerte de tu compañera porque murió por tu culpa. Ajá, es eso. Sylvia dijo que mató ella a Gaby, pero en realidad tú eres el único culpable. Sabías que Celestine acabaría suicidándose y decidiste jugar con eso de todas formas. —Lanzó una mirada que repasó al joven de arriba a abajo, marcándole los huesos con un escalofrío—. No... espera... ¡Ya lo sé! Lo que realmente te pesa en la conciencia es que la chica haya muerto... ¡y te de igual! Sabía que eras un monstruito retorcido...

La saga Pueblo DuermeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora