Día 4

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De nuevo abría los ojos en mi cama, algo que no todo el mundo podría decir. Me pregunto qué se siente al morir mientras duermes. Supongo que un intenso pinchazo te saca de tu sueño, justo a tiempo de sufrir como en cualquier asesinato normal. O tal vez sea un golpe tan certero que no te da tiempo a despertar, porque ya estás muerto. Sea como sea, seguro que duele.

Hoy ya no me pregunto por quién será el asesinado. Cuando pasan varios días así de esta forma, empiezas a asumir que siempre morirá alguien cada día. Para mí es tan natural como la lluvia, o que un reloj de tres campanadas a las tres. Es tan obvio que ya ni le prestas atención.

Hay una mujer llorando en el hombro de su amiga, en medio de la plaza. La gente no las presta apenas atención, y eso me hace darme cuenta de lo cotidiano que se ha convertido ver a alguien destrozado. Una vez más me pregunto cómo funciona la mente de un Hombre Lobo. A veces me gustaría marcharme de Castronegro, decirles a ellos que se acabó, que ya han ganado, y que pueden quedarse el pueblo para ellos solos. Pero tampoco me parece justo. Me llena de ira pensar en abandonar a mi gente, al pueblo en el que nací, por culpa de esas bestias desalmadas. No. Ellos no ganarán, al menos no mientras yo siga viva, o este diario siga siendo legible. 

Gracias a una conversación que escuché de refilón, me enteré de que El Cuervo había vuelto a actuar, por donde los prados de siembra y las fincas de animales. Es decir, donde vivían los granjeros.

Me acerqué a mirar. Había elegido como lienzo para su mensaje la casa del anciano que acusó a un granjero de lobo, el primer día de votaciones. Esa casa ahora estaba vacía, y por eso nadie se había molestado en salir a borrarlo. Decía: Si prestamos atención a los que han muerto, los Hombres Lobo no podrán callarnos. Me sentí muy identificada. Aquella frase resumía la razón de este diario. Curiosamente, Dex rondaba por allí. Aunque me extrañaría que no hubiese ido a investigar de cerca los mensajes de El Cuervo.

     —En realidad, es muy cierto —fue lo primero que dijo.

     —Lo sé. Yo misma pensé que no le habrían matado si no hubiese dicho algo de verdad.

     —Eso significa que un granjero es lobo.

     —Al menos uno, sí. —Me fijé en que Dex jugaba distraído con su anillo de hierro— Todavía llevas eso. ¿Funciona?

Dex estuvo un rato en silencio, pensándose la respuesta. Luego se dio cuenta de que lo que quería decir era muy complicado, y sólo se encogió de hombros y me dijo:

     —No lo creo.

Pero él seguía vivo. De momento no había nada que indicase que eso no era un anillo a prueba de Hombres Lobo. Aunque Dex tenía razón, lo más probable era que no funcionase. Yo al menos, no era tan supersticiosa como para confiar en un pequeño aro de hierro. Dex y yo entramos juntos al ayuntamiento. El alcalde tardaba en llegar, y eso era muy raro en él, que siempre era de los primeros. Mitálea estaba colocada en el estrado del alcalde, esperando a que se hiciera el silencio en su lugar.

     —¿Dónde está el alcalde? —le pregunté a Dex en un susurro.

     —¿No te has enterado? Le han matado los lobos.

No dije nada, aunque seguramente mi rostro reflejaba contrariedad. Ahora la alcaldía la tenía Mitálea, como había prometido el hombre en un primer momento. El granjero y el cazador estaban encargados de su protección, probablemente tendrían que pasar por ellos primero antes de poder tocar a Mitálea. Yo confiaba en Mitálea, pero si ella muere es porque los lobos quieren hacerse con la alcaldía. Y pase lo que pase, un Hombre Lobo nunca debe tener tanta influencia. Nunca.

Se completó el silencio cuando llegó el último asistente. 

     —Lo primero que me gustaría mencionar hoy es los mensajes negros que se están convirtiendo en rutina —anunció la mujer—. Quiero recordar que El Cuervo no es una fuente fiable, no sabemos de donde saca la información.

La saga Pueblo DuermeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora