Día 14

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La trastienda de la botica se convirtió en un salón de baile. En ella, una coreografía coordinada y elegante danzaba entre los presentes, la coreografía de la muerte, la de la caza de lobos. La bruja se movía entre nosotros con la gracia de una bailarina nata, y con la práctica de veces anteriores. Iba y venía, parándose en las estanterías, y cogiendo ingredientes aparentemente al azar. En el centro, un caldero reposaba con agua a medio hervir. Las burbujas recordaban vagamente a la misma coreografía que tenía lugar en la trastienda.

Nunca había visto a una bruja trabajar. El ambiente se llenaba enseguida de tensión, la tensión que alguien podría sentir revolotear en su estómago cuando tontea con las fuerzas de la naturaleza. Quien se atreva a comparar el trabajo de una bruja con la mezcla de ingredientes de un bizcocho, es porque nunca ha presenciado nada parecido. Era una danza, el compás marcado por el plan de un asesinato.

Ni siquiera yo entendía muy bien lo que estaba pasando. Me había visto incluida al baile sin saber muy bien lo que ponía en la invitación. Nant preparaba su poción, aquella que mata sin los remordimientos. Mientras, Albaya nos explicaba todo como si llevase siglos montado. Realmente, esa vieja pitonisa tenía algún dote para la videncia. O simplemente me había vuelto tan loca como ella.

El Anciano, por su parte, parecía estar en pleno uso de la razón. Se recuperaba a una velocidad de vértigo de su estado de inmovilidad, en el que no reaccionaba a los estímulos. Albaya entendía su lenguaje, todavía carente de lógica. Habíamos encontrado una traductora para los mensajes encriptados del loco, y por fin teníamos acceso a la información que poseía el único superviviente de los Hombres Lobo.

     —Pon a hervir el agua, Nant —había dicho la vidente—. Hoy tenemos un lobo que matar.

Dex contemplaba todo en silencio, tomando buena nota de lo que pasaba. Desde que había muerto su padre, se había sumido en un silencio espeso, uno que iba más allá de su típico silencio de observador. Yo deseaba comprenderlo todo tan bien como él, pero enseguida me había visto abrumada por la inminencia de la muerte, una muerte que esta vez no nos señalaba a nosotros.

     —La portavoz del gremio de artesanos —dijo Albaya— es un Hombre Lobo. Fue el lobo que El Anciano consiguió ver.

     —Yo... me llamo David —dijo el eludido, dudando de sus propias palabras.

Nant detuvo su paseo por la estancia para mirar asombrada al hombre, que acababa de recordar su propio nombre.

     —¡No te pares Nant! —Albaya la regañó enseguida. Era la única persona que tenía la habilidad de hacer que Nant se sintiera como una niña—. No tenemos toda la noche.

La boticaria prosiguió su búsqueda, con un cucharón de madera en la mano.

     —Hasta ahora —prosiguió la anciana—, David no había podido comunicarnos lo que vio aquel día. Necesitamos matarla esta noche, porque en las votaciones votaremos a otro lobo.

     —Evaney —escupió Dex.

     —No, niño. —Negó con la cabeza— Evaney no es un Hombre Lobo, como tu piensas. He visto al carpintero con mis cartas, y él no oculta nada. Sin embargo, descubrí que el dueño de la sastrería es un lobo, que además, es miembro del gremio de artesanía.

     —No puede ser —argumenté—. Evaney me acusó sin pruebas aquel día. Tenía todos sus argumentos ya pensados, él...

     —Vas a tener que creer en mi palabra —cortó—. Evaney no es un lobo. Marigold, la portavoz, y Nitrew, el sastre, si lo son. Por eso el gremio de la artesanía guarda silencio. Por eso aquel día apoyaron la acusación de Evaney. Simplemente para desviar la atención del mensaje de El Cuervo, que reposaba sobre sus edificios.

La saga Pueblo DuermeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora