Capítulo 4: El sectario

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Aisak abrió los ojos en la oscuridad. No estaba seguro de si había dormido, o si sus pesadillas eran sencillamente sus pensamientos. El caso es que todavía quedaba mucho para el día y era incapaz de esperar en la cama. La luz de las estrellas no era suficiente para iluminar la habitación, y no sabía decir si alguno de sus amigos estaba tan despierto como él.

Llevaba tiempo dándole vueltas a una cosa. Dentro del campamento, y de aquel juego que era sobrevivir a tus compañeros una noche más, él era una pieza poderosa. Todos le escuchaban por la información adicional que poseía, y mientras no guiase a las masas a matar a un lobo, seguiría vivo. Anders poseía un privilegio similar. Pero aquello era algo que lo reconcomía. Estaba tan maniatado como Mirah. No podía exponer sus conclusiones, no podía arriesgarse a acertar. Tenía el poder suficiente como para matar a un Hombre Lobo, y aún así no podía utilizarlo. 

Cogió su chaqueta y salió al exterior en el máximo silencio posible. Se la jugaba mucho, tanto a que le descubriesen los lobos como a que le descubriese un compañero y empezara a sospechar de él, pero necesitaba respirar.

Se sentó junto a una mesa de piedra, para mirar la silueta negra de los árboles cercanos. Los grillos se escuchaban por todas partes. De vez en cuando el viento silbaba cuando atravesaba la ladera, sacudiendo las ramas y haciéndolas parecer vivas. Se metió las manos en los bolsillos y se topó con un objeto ya olvidado: la baraja de póker con dibujos de cuervos. Pasó el dedo por el borde. Las dejó caer como si barajease y escuchó ese dulce sonido como de abanico desplegándose. Aisak se preguntó por qué poner un cuervo en una baraja de póker, si estaba claro que no estaban relacionados con la buena suerte.

Entonces se le ocurrió la idea. Si él no podía usar su influencia para cazar Hombres Lobo, crearía un sobrenombre que haría las acusaciones por él. Traería de vuelta a El Cuervo. La gente sentía una atracción inexplicable por el anonimato. La curiosidad ataba a las personas y las guiaba hacia la obsesión, donde no se saciaban hasta que destapaban la máscara. Sería su alter ego, una oda a la memoria de Dex.

Tomó una carta aleatoria de la baraja y un rotulador de tinta negra. El chico escribió sobre el siete de diamantes: No confiéis en nadie, todos tienen dos caras. En cierto sentido, aquello iba en contra de lo que les había dicho Julie esa misma tarde. Tenían que desconfiar de la otra clase, y apoyarse entre ellos. Pero Aisak era mucho más radical en ese aspecto. Tus propios sentidos podían engañarte, y las probabilidades indicaban que había lobos en ambos grupos.

Dejó la carta sobre una de las mesas del comedor, con el cuervo bocarriba, donde se aseguraba de que la encontrarían. Decidió no tentar a la suerte mucho más y volverse a la cama.


Aisak vio entrar al baño a Gritt y su amigo, Thomas, a través del espejo de encima del lavabo. Intentó escuchar lo que decían mientras se lavaba los dientes.

     —El chaval ese del otro tuto, el alto —decía Thomas—, se ha tirado toda la mañana buscando el cuerpo, y no lo ha encontrado.

     —Igual hoy no ha muerto nadie —respondió Gritt encogiéndose de hombros—. Igual Aisak no acertó con todo.

Le miraron y se dieron cuenta de que Aisak también los estaba mirando a ellos. Enseguida apartó la mirada, fingiendo que tenía que aclarar el cepillo de dientes. Después de eso, no dijeron nada más.

Era cierto que, cuando se había levantado aquella mañana, no había visto ningún cuerpo. Anders había sugerido la posibilidad de que los lobos hubiesen matado en otra parte, tal vez donde las aulas. Se había ido a buscar alguna posible víctima después de desayunar, y al parecer todavía no había encontrado nada. Estaban todos, sanos y salvos, no faltaba nadie en ninguno de los dos grupos, salvo las tres personas que ya habían muerto.

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