Día 10

28 4 2
                                    

Una horrible pesadilla me sacudió cuando quedaban unos minutos para que saliese el sol. A pesar de que todavía no había amanecido, ya había luz en las calles, y algunos habitantes aprovechaban para empezar el día pronto. O tal vez para ver quién había muerto.

Ahora Castronegro sabe que los niños tampoco están a salvo. Claro, ¿cómo iban a estarlo? ¿Cómo iban a tener piedad con ellos? La muerte de Sury no es sino un aviso. "¡Marchaos!" Nos gritan las calles. Insensatos los que se quedan y ponen en peligro a sus hijos. "¡Marchaos!"

Ha llovido durante toda la noche, y las calles se despiertan empapadas. A esas horas, todavía caía llovizna, pero no lo suficiente como para que me importara mojarme. La lluvia borró el mensaje de El Cuervo, dejando un rastro negro en una fachada de la plaza. La pluma de cuervo que había junto a él era lo único que había aguantado.

Evité deliberadamente ir al cementerio aquella mañana. Me senté en uno de los caminos que se internan en el bosque, alejada de Castronegro, y vi como los carros cargados de las familias abandonaban el pueblo. Entre ellos, estaba la familia de Sury. Conté una docena de carros, por lo menos, y eso que ni siquiera conté la gente que iba a pie.

Cuando el sol ya se alzaba en el horizonte, me quedé sola, sentada en una roca junto al camino. No me apetecía enfrentarme a aquel día. 

Fue la primera vez que Bórenas me sorprendió realmente. No dijo nada, solamente se sentó a mi lado. Estuvimos en silencio, simplemente disfrutando de la compañía del otro. Yo estaba demasiado deprimida como para soltar una frase ingeniosa, y tampoco quería admitir en voz alta que me alegraba de verle.

     —Lo siento —dijo, sorprendiéndome después de un rato sin hablar—. Parecía una niña encantadora.

     —Sí. Pero era mucho más.

No dijo nada más sobre aquel tema. Fue muy prudente al no mencionar en ningún momento a los Hombres Lobo.

     —¿Te irás tú también? —me preguntó.

     —No. —No me pensé mucho la respuesta— Si los lobos van a quedarse con este pueblo, que sea luchando por él. Me gustaría ver si sobrevivo a esas alimañas viendo como es ahorcada al menos otra más.

Debe ser que lo había dicho con el odio más profundo de mi ser, porque Bórenas no quiso seguir hablando. Pero yo no quería callarme.

     —Sé que prefieres que me marche, porque así estaré a salvo. 

     —Sí, pero no lo harás. No si yo no me voy contigo. —Me sorprendió lo concretas que eran esas palabras— Supongo que no estarás tranquila si yo corro el riesgo de morir.

También había pensado en eso. En que quizás Bórenas era el siguiente. Esa era una tumba que yo no quería cavar. Prefería suicidarme antes que ver eso. Me sorprendí mirándole a los ojos fijamente. Tenía la sensación de que el hijo del panadero ya había adivinado mis pensamientos. Vi que se empezaban a formar lágrimas en sus ojos, y gracias a eso también en los míos.

Se inclinó hacia delante despacio, como preguntándome con sus gestos si debía besarme o no. Yo, a su vez, me incliné un poco más, dándole a entender que sí.

No fue un beso largo y apasionado, como el de los personajes de leyenda. No fue nada memorable que cualquiera puede envidiar. No, no fue nada de eso. Pero fue delicado, sincero. Un roce y ya, que valía por un millón de "te entiendo". Después de eso nos quedamos muy cerca el uno del otro. Yo apoyada en su hombro, y él en mi cabeza. Solo nos separamos cuando vimos que era muy tarde, y que las votaciones estaban a punto de empezar. 

Se notaba lo vacío que estaba Castronegro después del exilio de muchos aquella mañana. El ayuntamiento estaba lo suficientemente lleno como para que todos los bancos fuesen ocupados, pero nadie se quedó de pie, como otras veces, por falta de espacio.

La saga Pueblo DuermeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora