Capítulo 7: El lobo albino

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Aisak se pasaba la carta entre las manos, una y otra vez, sin decidirse aún a plantarle el rotulador encima. Había ido a la piscina también por la noche. La superficie del agua estaba tan quieta que parecía una lámina de espejo, en la que se reflejaba la luna. El silencio le ayudaba a poner en orden sus ideas, y la noche era el único momento en el que conseguía eso.

Se levantó la tirita con cuidado y dejó que la raja se curase con el aire. "Podrías hacerte daño." Había dicho Mery. Pesaban sobre él tantas amenazas, y a la vez tantas promesas de protección ciega... Aisak estaba en contra de que el grupo estuviese dividido, pero él era el primero que tenía a la mitad furiosa y a la otra encantada. Otra cosa más en la que Mery había acertado. Tenía tantas ganas de escribir su nombre en una de esas cartas... Pero a El Cuervo en esos momentos se le prestaba la misma atención que al póster de seguridad forestal que había en una de las aulas.

Suspiró. Estaba agotado, pero cada vez retrasaba más la hora de acostarse. Cuando dormía era el único momento en el que no podía protegerse de los Hombres Lobo, aunque suponía que precisamente estar despierto era lo que te ponía en peligro. Todos los cuerpos que habían encontrado hasta ahora habían muerto en el exterior.

Cuando terminó de recorrer las baldosas del camino de salida, y entrar en la explanada, reconoció un par de figuras que caminaban juntas hacia las habitaciones. Tal vez eran Gaby y la otra chica, la misteriosa.

Miró la carta vacía, el dos de corazones. Ni siquiera se atrevía a poner el nombre de Gaby. No era prueba de peso suficiente ver a una persona fuera de noche, cuando él también se paseaba como si nada.

A quién pretendía engañar. Aisak era un fraude. No tenía pruebas, no tenía nada. Quería revivir a Dex con sus acciones, y solo estaba cavando más tierra sobre su tumba. Si alguna vez existió alguien capaz de llevar la maldición de los Hombres Lobo con la mente fría, esa persona ya había muerto. Se había suicidado, para ser exactos. Y Aisak se había convertido en un títere. Por el día, Julie conseguía que los de su clase protegiesen al joven como al icono de un héroe trágico. Por la noche, El Cuervo se había convertido en los balbuceos de un muchacho incomprendido, a los que la gente se había acostumbrado a ignorar. Pero ambas figuras estaban condicionadas por aquella estúpida guerra de bandos.

Si realmente quería que El Cuervo fuese imparcial, Aisak tenía que acusar a alguien de su misma clase. Había que acabar con ese fanatismo. Lleno de furia, el chico destapó el rotulador con la boca, mientras apretaba con fuerza el pedazo de cartulina que hacía de naipe. Tenía muy claro que a la mañana siguiente Julie iba a estar muy enfadado con él. Pero tenía que hacerlo.

Una vez escrito el nombre, Aisak fue hasta el baño de chicos para dejar la carta. Se quedó mirando su reflejo en el espejo, embobado. Al no haber mucha luz, lo único que se veía era una sombra difusa, casi tan espeluznante como la de los Hombres Lobo que había en sus pesadillas. "Has cambiado, Aisak." Escuchó la voz de Nikolash en su mente. "Ahora das miedo."

Apretó los puños. No. Niko ya no estaba, y nunca más lo volvería a ver. El joven ya solo se tenía a sí mismo. Y si no enseñaba las garras, le tirarían otra piedra. Se acabó lo de ser cauto y mediático. Había que ser eso, una sombra espeluznante, para sobrevivir. Consumido por la rabia, y notando el ardor de las lágrimas en sus ojos, Aisak volvió a abrir el rotulador.


Un amigo de Nathan, Jordi, casi se da con la pared al venir corriendo desde la otra punta del pasillo. Se detuvo ante la puerta de la última habitación, la de los cuatro amigos. Ni siquiera paró para coger aire. Por eso se puso rojo cuando dijo, sin dejar mucho hueco entre palabras:

     —Chicos, corred, venid al baño, antes de que lo borren. El Cuervo se ha vuelto loco.

Fueron corriendo por la explanada. Marcus incluso se iba poniendo una camiseta por el camino. Frente a la puerta del edificio de los baños de chicos había mucha gente de las dos clases, la que no cabía dentro. En el interior incluso había chicas.

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