Capítulo 16: El ángel

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Cuando Aisak entró en la habitación, se encontró a Julie despierta, a pesar de que la luz estaba apagada. Se había sentado en la cama vacía de Marcus con expresión ausente, en silencio. Aisak se sentó a su lado y dejó que su amiga apoyase la cabeza sobre su hombro. Y ya está, no dijeron nada más.

A partir de ahora, estaban ellos dos solos. Aisak había tenido a su Marcus y Julie había tenido a su Sylvia, pero ahora eran dos mitades de algo roto que se habían juntado como último recurso, sirviéndose el uno del calor de la otra. Porque es cierto que eran del mismo grupo de amigos, pero nunca fueron tan cercanos entre sí como para llamarse mejores amigos. Incluso llegaron a odiarse mutuamente dentro de Aventura Amazonia. Había sido así de irónico: que solo quedasen ellos dos.


Aisak se despertó algo aturdido. Se había quedado dormido en algún momento junto a Julie, con la misma ropa del día anterior, compartiendo el colchón de Marcus. Se levantó con cuidado de no despertarla pero no se metió de nuevo en su propia cama. Había algo que tenía que hacer, y el joven se había cansado de ser paciente.

Salió al exterior sin molestarse en ocultar su presencia. ¿Para qué, si ya no lo necesitaba? Tenía la pulsera de Lily, era prácticamente inmortal. Se encaminó al cobertizo en el que había estado cautivo hacía unas pocas horas. Dejó que sus ojos se acostumbrasen a la escasa luz de la luna que entraba en la caseta de cemento, para poder elegir la mejor herramienta para su tarea.

Se decantó por la alcotana.

Después, Aisak se dirigió al punto más abierto de la explanada, sopesando el arma y acostumbrándose a su equilibrio, y se plantó en el centro dispuesto a encontrarse con ellos, con los Hombres Lobo.

Porque volverían para terminar lo que dejaron a medias, de eso estaba seguro. La única diferencia es que Aisak se había cansado de jugar al complejo juego de los pactos y la palabrería, porque siempre salía perdiendo. Iba a jugar tan sucio como ellos: matando más de lo que le correspondía. Solo tenía que esperar a que viniesen a él, pico en mano.

Una risa salpicó el aire muy cerca suya, haciendo que Aisak se pusiese a la defensiva con la alcotana por delante, pero sin lograr ver muy bien al dueño de esa voz.

     —No me canso de observarte, Aisak Demnkov. —Por fin logró identificar al fantasma de su hermano avanzando hacia él—. Me siento atraído por tus trucos como un niño a lo prohibido.

     —¿Es por eso por lo que te tengo siempre atosigándome?

     —Puede. Y porque hueles a sangre, como Allison. —Aisak lo miró levantando una ceja—. No es una sangre física, claro. Es la sangre que chorrea tu conciencia.

     —Eres realmente insufrible cuando quieres. Y me parece que lo de poeta trágico no va contigo. Los poemas hablan de La Muerte, pero queda raro que La Muerte sea la que haga poemas.

     —Y eso, amigo mío, te ha quedado profundamente poético. —Aisak sacudió la cabeza y retomó su posición férrea, dispuesto a mantener la compostura a pesar de los intentos de El Ineludible por distraerlo—. Hablando de poetas... ¿conoces a Lorca? —El joven ni siquiera se dignó a mirarlo—. Claro que eres un poco joven para haberlo dado en clase... El tal Lorca hablaba constantemente de la muerte en sus poemas, aunque era muy elegante y nunca la mencionaba directamente. Elegía símbolos, pequeñas pistas de las que tenías que irte dando cuenta, cosas que anunciaban el trágico final. En una de sus obras, de hecho, La Muerte tiene su propio personaje y sus escenas de diálogo.

     —Y por eso te gusta Lorca —resumió Aisak por él—, porque hablaba de ti.

     —No. ¿Sabes cómo murió Lorca? Fusilado. Por sus ideas liberales y, de paso, por ser homosexual. El caso es que el tío se pasó toda su vida ocultando pistas que predecían la muerte, y su cuerpo acabó silenciado en una fosa común. Por eso me gusta, porque es cruelmente... irónico.

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