Capítulo 13: Los enamorados

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Aisak esprintó por la explanada del campamento, adelantando a Julie. No había corrido tanto en su vida, ni siquiera cuando su nota de educación física dependía de ello. Entró por el camino que llevaba a la piscina como una exhalación, rezando para que no fuese tarde.

Sylvia era la típica chica que está ahí en las buenas y las malas, la que siempre tiene algo que decir para levantarte el ánimo, aunque no lo necesites. Sabe ver el bien en las personas, incluso por muy malas que puedan parecer en la superficie. Tal ver por eso se hizo amiga de Aisak, porque supo ver en un chico reservado y frío el buen amigo que podía llegar a ser. "Ojalá algún día llegue a ser la mitad de bueno de lo que te mereces", se dijo Aisak.

     —Vete, Lily —escuchó sollozar a Sylvia cuando ya casi estaba allí—. No quiero que me veas así.

     —No me voy hasta que me lo des. —Se giró hacia Aisak, suplicante—. Dile algo, porfa, a mí no me escucha.

Sylvia había trepado hasta la mitad de uno de los pequeños árboles que rodeaban la verja del recinto, que claramente habían sido plantados como elemento decorativo. Lily la miraba desde abajo, sin atreverse a avanzar demasiado por miedo a que la otra chica hiciese algo estúpido. Aisak se fijó mejor en lo que tenía en la mano: el sobre metálico que contenía el veneno.

     —Sylvia... —murmuró.

     —Déjame.

El joven se quitó la chaqueta y la arrojó a un lado. Haciendo acopio de fuerzas, se encaramó a las primeras ramas y trató de trepar por el tronco.

     —¡No no no no no! —empezó a gritar Sylvia.

Le pisó los dedos de la mano izquierda en un intento de impedir su subida. Y le dolió. Pero no le importaba. Le dolía más ver que su amiga había ido cargando en silencio con todos los traumas que le había causado aquel sitio, y que no lo había manifestado hasta que ya no podía más con ello. Y porque si Sylvia, la que siempre los mantenía unidos, quería suicidarse, Aisak era consciente de que el resto caería detrás.

Entre los tres lograron bajarla y sentarla en el suelo. Cuando Julie apretó a su amiga fuerte entre sus brazos, Sylvia pareció calmarse mucho más rápido. Incluso accedió a entregarle el sobre a Aisak.

     —Si queréis os dejo solos... —Liliette comenzó a ponerse de pie.

     —No. —Sylvia la retuvo, agarrándole de la mano—. Quédate.

     —No me pegues esos sustos. —Julie se había abrazado a ella y no la soltaba. Le contagió la llorera a su amiga—. Ni se te ocurra dejarme sola, por favor. No te mueras sin avisarme primero. Eres mi mejor amiga.

     —Marcus era el mejor amigo de Aisak... —Se giró hacia el chico—. ¿Estás enfadado conmigo porque no guardé el sobrecito de la cura? Podríamos haberlo salvado...

     —No podías saberlo. Además, no sé qué es lo que pasa cuando salvas a un lobo.

     —Es verdad. —Volvió a bajar la mirada. Apoyó la cabeza sobre el pecho de Julie y se dejó acariciar el pelo—. A veces se me olvida que intentaba matarnos. Cuando pienso en él, solo me vienen a la mente los momentos en clase, antes de todo esto. La Diosa sabe lo que hay al otro lado, pero... ¿y si cuando nos muramos todo vuelve a la normalidad?

Los tres guardaron silencio, sin saber lo que contestar. De hecho, los adultos tampoco tenían respuesta para ello. Algunos depositaban sus esperanzas en los brazos de un símbolo divino. Otros se hacían a la idea de que esta vida era lo único que había y trataban de explotarlo al máximo. Desde que se habían quedado atrapados en Aventura Amazonia, los jóvenes se habían visto continuamente obligados a hacer frente a preguntas que ya de por sí son una carga para los adultos. ¿Cuál es la mejor forma de establecer una jerarquía? ¿Ponemos normas, o dejamos que cada uno se gestione su propia existencia en el campamento? O tal vez... ¿Me suicido si he descubierto que moriremos de todas formas?

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