Día 15

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Tras varias vueltas a Castronegro sin ningún resultado, decidí sentarme sobre uno de los tejados más altos, perteneciente a la casa vacía del primer alcalde. La tradición era que el que ostentase el rango de alcalde en aquel momento, tenía derecho a la gigantesca villa junto a la plaza de la fuente, como "compensación por los esfuerzos". Pero desde que el alcalde fue asesinado por los lobos, nadie se ha atrevido a utilizar sus habitaciones, por miedo a profanar lo que se había convertido en un mausoleo. 

Nunca encontraba a Bórenas cuando lo buscaba. Siempre me encontraba a mí, sorprendiéndome de alguna forma tan obvia que me hacía sentir estúpida. Así que decidí sentarme a esperar a que apareciera por su cuenta, con el abrecartas de mi padre escondido detrás de la capa. 

Para matar a un lobo, ¿era suficiente con un abrecartas? Bueno, técnicamente ese lobo también era un hombre. Diosa, iba a matar a un hombre. Pero, ¿qué diferencia hay entre matar a un asesino y a un lobo? Bueno, la diferencia solo la notaría yo, pues estaba enamorada de aquel hombre. Me temblaban las manos, recogidas sobre mi regazo, muy cerca del abrecartas. Me daba que el problema no iba a ser usar el arma correcta, sino la persona que empuña ese arma. No sabía si tendría valor para matarlo una vez que me atrapase con sus odiosos ojos grises. Maldito desgraciado, no hacía más que generarme dudas. 

Me obligué a recordarme todas las muertes que llevaban la firma de Bórenas. Sury, Velavet, Thatcher, el padre de Dex y tantos y tantos otros. Pesaban demasiadas muertes sobre los brazos de un solo hombre. Debía matarlo. Debía liberar a Castronegro. Pero después... ¿cómo sería vivir sin él? No, no podría. Y menos después de que la gente se entere de que yo conocía su identidad y no la revelé. Me convertiría en una traidora hacia mi gente, por mucho que lo camufle diciendo que es un favor.

Yo debo morir con Bórenas. Una muerte por una muerte. Siempre fue así.

     —¿En qué piensas? —El hijo del panadero ya estaba sentado a mi lado.

No le había oído llegar. Me olbigué a no mirar el lugar donde tenía oculto el abrecartas, y en su lugar lo miré a los ojos. El peor error de mi vida. "No puedes matarlo." Me dijo una voz muy oculta en mi mente. "Tú no quieres hacerlo."

     —En lo poco que miro a las estrellas. —Me tumbé sobre las tejas del tejado, que tenía la inclinación perfecta para mirar al cielo.

Era la jugada perfecta, así no tenía que mirarle a los ojos, y podíamos hablar sin que viese las expresiones de mi cara. Las estrellas no brillaban tanto como su mirada, pero aún así eran bonitas.

Agh, qué dramática me ha quedado esa frase. Si la intento borrar, haré un borrón de tinta.

Una vez me hablaron de constelaciones, y de lo bien que reflejaban la cultura de los lugares. No sé por qué salió justamente ese recuerdo a mi memoria, en medio de aquel momento. Me hablaron de las líneas imaginarias que unen todos esos puntitos. De los dibujos que forman, y las historias que representan. Recuerdo vagamente una constelación con la forma de un ave con alas extendidas, y que contaba la leyenda de un pájaro que se enamoró del sol. Lo que no recuerdo es dónde se encontraba esa constelación.

Me puse a imaginar nuevas líneas para las estrellas que se habrían ante mis ojos. Un arquero, tal vez, y esa otra de allí parecía un río. Sí, era cierto. Qué poco he mirado a las estrellas, y eso que siempre están ahí. Me di cuenta de que llevábamos mucho rato en silencio.

     —Podrías haberlo evitado —dije—. Nitrew ha estado a un voto de salvarse. Podrías haber sido tú.

     —Si ese voto no hubiese sido suficiente, no me hubiese gustado ver cómo le ahorcaban. Porque yo podría... yo acabaré... —Se interrumpió. No le gustaba como sonaba pronunciarlo en alto— Se me revolvería el estómago —concluyó.

La saga Pueblo DuermeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora