ℂ𝕒𝕡𝕚𝕥𝕦𝕝𝕠: 6.

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—¡Levanta tu varita con fuerza y, sobre todo, con firmeza, niño! —exclamó Stella, erguida, el brazo extendido y la mirada fiera como la de un general en plena guerra

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—¡Levanta tu varita con fuerza y, sobre todo, con firmeza, niño! —exclamó Stella, erguida, el brazo extendido y la mirada fiera como la de un general en plena guerra.

—Eso estoy haciendo, Stella —replicó Tom con evidente fastidio. El sudor le corría por el cuello, la varita temblaba apenas en su mano y su camisa estaba manchada de tierra. Llevaban más de dos horas practicando en aquel campo aislado, protegido por varios encantamientos disuasorios. Ni un solo muggle podía verlos.

Stella había dedicado sus vacaciones completas a entrenarlo. Le enseñaba sin piedad, sin pausa. Cada vez que lo desarmaba o lo tumbaba al suelo, repetía con una sonrisa impasible: "Puedes hacerlo mejor. No seas un mago mediocre. Otra vez."

Y él lo hacía. Porque nunca había conocido a nadie como ella. Ni tan cruel. Ni tan fascinante.

Stella, por su parte, ya había culminado su último año en Durmstrang con honores. No cualquier honor. Había dejado su marca en la historia de la escuela al eliminar la runa de Grindelwald del gran muro —la marca que nadie en siglos había podido borrar— y la había reemplazado con una estrella verde esmeralda. La suya. Su símbolo. Stella no temía al legado del mago tenebroso, pero tampoco lo veneraba. Para ella, no era suficiente. Grindelwald seguía viendo a los magos como sombras escondidas. Ella no quería esconderse. Ella quería gobernar.

De sus antiguos amigos ya no sabía mucho. Polikov le había escrito que se casaría ese verano; Caroline se convirtió en medimaga, orgullosa de seguir siendo "la tía sexy y rica" (a pesar de que no tenía sobrinos); e Irvin se dedicaba al quidditch profesional, aunque Stella estaba segura de que acabaría lesionado o muerto, por imprudente.

Ahora, ella planeaba viajar. Uno o dos años por los rincones más oscuros y olvidados del mundo mágico. Quería aprender lo prohibido. Lo perdido. Lo que la haría invencible.

—¡Expelliarmus! —exclamó Tom con una precisión que no había tenido antes.

La varita de Stella voló de su mano.

Ella se quedó quieta un segundo. Miró su mano vacía. Luego al niño que la miraba con una mezcla de orgullo, sorpresa y... adoración contenida.

Sonrió.

𝐁𝐔𝐑𝐊. (𝑻𝒐𝒎  𝑹𝒊𝒅𝒅𝒍𝒆)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora