¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
La chimenea de mármol blanco crepitaba con llamas verdes en la mansión Riddle. Afuera, el cielo descargaba una tormenta que parecía reflejar el caos en el interior de Lord Voldemort. Él estaba de pie junto a la ventana, sus manos cruzadas detrás de la espalda, mientras sentía la presencia de Stella aproximarse, lenta y segura, como si la casa le perteneciera más a ella que a él.
—Sabes que no me gusta que te desaparezcas tanto tiempo —dijo él sin volverse, su voz profunda vibrando entre las paredes del salón.
—Y aún así lo hago —respondió ella con suavidad venenosa, deslizándose a su lado.
No vestía túnica, ni ropajes de batalla. Su vestido era negro, ceñido, dejando al descubierto los hombros y parte de su espalda. Sus ojos verdes no se apartaban de él. En cada paso había elegancia, dominio, pero también algo más: el conocimiento cruel de cuánto la deseaba.
Voldemort giró. Su rostro ya no era el del joven Tom Riddle, y lo sabía. Esperaba, por un instante, el rechazo, la mueca de desprecio que tanto había recibido del mundo. Pero en Stella no hubo juicio. Solo esa mirada suya, fascinada, como si viera más allá de la piel, más allá de la deformidad.
—Has cambiado —susurró ella—. Pero no lo que eres para mí.
Él cerró los ojos por un instante, apenas respirando. Stella dio otro paso, hasta que quedaron frente a frente.
—¿Y qué soy para ti?
—Mi arma favorita... —murmuró, y deslizó un dedo por el cuello de su túnica hasta el centro de su pecho—. Aunque a veces olvidas que yo fui quien afiló tu filo.
Él tomó su muñeca con fuerza. Hubo un silencio denso, brutal. Sus ojos rojos ardían con rabia y deseo.
—No me manipules.
Ella sonrió, lenta, provocadora.
—¿Y si no pudiera evitarlo?
Hubo un instante de tensión cargada, el aire parecía pesado con la electricidad de dos mundos chocando. Voldemort empujó a Stella contra la pared, su mano firme sosteniéndola por la cintura. Sus labios estaban a centímetros de los de ella, pero no la besó.