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El gran salón de la mansión estaba irreconocible. Bajo la supervisión implacable de Stella, Krisser había dirigido a un ejército de elfos sirvientes contratados temporalmente para preparar la noche más importante de su vida. Las arañas de cristal iluminaban la piedra antigua con un brillo casi etéreo; las mesas de buffet rebosaban de manjares traídos de las mejores cocinas mágicas de Europa. Las paredes estaban adornadas con antiguos estandartes de los Stankov: una hidra negra sobre campo plateado, símbolo de resiliencia y poder.
A sus veintitrés años, Stella Stankov estaba decidida a restaurar la grandeza perdida de su linaje. Ella era la última heredera legítima, la última Stankov viva, y esta noche el mundo mágico de Escandinavia lo recordaría.
Vestía una túnica de gala verde oscuro bordada en hilo de plata, con su vestido plateado ceñido a su esbelta figura. Su cabello rubio estaba recogido en un moño bajo, dejando caer un par de mechones sueltos que enmarcaban su rostro afilado. Cada detalle había sido medido para proyectar lo que era: elegancia, poder y peligro.
Tom Riddle, de pie a su lado en el recibidor, la miraba con una intensidad que sólo ella sabía interpretar. Vestía una túnica negra perfecta, de corte clásico, y una pequeña sonrisa fría curvaba sus labios. Estaba orgulloso... y al mismo tiempo celoso de compartirla con tantos ojos.
—Impresionante —murmuró Tom, su voz como un roce de terciopelo venenoso en su oído—. Esta noche será tuya.
—Nuestra —corrigió Stella, apenas apartando la vista de la puerta principal, donde los primeros invitados comenzaban a llegar.
La alta sociedad mágica de Suecia, Noruega y Dinamarca cruzó el umbral con pasos mesurados y ojos evaluadores. Rostros que Stella había estudiado de niña en las páginas de la historia familiar: los Vinterhald, los Skarsgard, los Magnussen. Familias antiguas, poderosas... y ahora, presentes por la sola fuerza de su voluntad.
Entre la multitud destacaron tres figuras que arrancaron una sonrisa genuina de Stella: Poliakov Krum, Irvin Vólkov y Caroline Yasen, sus viejos compañeros de Durmstrang.