CAPITULO 36.

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Los muros de piedra del castillo cantaban nombres

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Los muros de piedra del castillo cantaban nombres. Las velas flotantes ardían expectantes y el Sombrero Seleccionador gritó una palabra que atravesó Hogwarts como una flecha envenenada:

—¡GRYFFINDOR!

Sirius Black bajó del taburete con el rostro en blanco, pero sus ojos... sus ojos brillaban como llamas contenidas. Libres.

Un susurro recorrió el Gran Comedor. Algunos rostros sorprendidos, otros despectivos. Pero ninguno más helado, más afilado, que el de Walburga Black, horas después de que la carta de Bellatrix le llegara avisando que Sirius fue seleccionado en Griffyndor.

Mientras tanto, en la Mansión Riddle, Stella Stankov supo lo ocurrido antes de que la lechuza llegara.

Ella siempre lo supo. Sirius tenía corazón de león. Coraje temerario. Y aunque su linaje lo llamaba a otra dirección, Stella lo había preparado para ser fiel a su instinto.

El fuego verde de la chimenea iluminó su rostro, aún tan joven como hace años, pero más letal. Su vestido era negro con detalles de plata, y sus manos sostenían una copa de vino que apenas rozó con los labios antes de soltar una risilla breve.

—Así que el pequeño Black decidió arder.

Krisser, su elfo doméstico, se asomó desde una esquina polvorienta de la biblioteca.

—¿Todo bien, ama?

—Perfectamente —dijo Stella, dejando la copa—. Aunque Walburga... está hecha un demonio.

—¿El niño...?

—Sirius. Gryffindor. —Una pausa—. Y honestamente... estoy orgullosa.

Esa noche, Sirius no durmió bien.

Había recibido el vociferador más cruel de su madre, donde le decía que lo había traicionado, que lo repudiaba, que jamás volvería a considerarlo parte del legado Black.

Apretó los dientes en la cama, dándose la vuelta una y otra vez. No lloró, pero sintió un vacío distinto: el del exilio dentro de su propia sangre.

𝐁𝐔𝐑𝐊. (𝑻𝒐𝒎  𝑹𝒊𝒅𝒅𝒍𝒆)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora