CAPÍTULO 25.

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⚠︎︎𝐋𝐢𝐠𝐞𝐫𝐚 𝐞𝐬𝐜𝐞𝐧𝐚 𝐬𝐩𝐢𝐜𝐲. 🌶️

𝐌𝐚𝐧𝐬𝐢𝐨́𝐧 𝐒𝐭𝐚𝐧𝐤𝐨𝐯, 𝐒𝐮𝐢𝐳𝐚 — 𝐦𝐞𝐝𝐢𝐚𝐝𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐣𝐮𝐥𝐢𝐨 𝟏𝟗𝟒𝟑

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𝐌𝐚𝐧𝐬𝐢𝐨́𝐧 𝐒𝐭𝐚𝐧𝐤𝐨𝐯, 𝐒𝐮𝐢𝐳𝐚𝐦𝐞𝐝𝐢𝐚𝐝𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐣𝐮𝐥𝐢𝐨 𝟏𝟗𝟒𝟑.

La mansión parecía arrancada de un cuadro antiguo: altos ventanales de cristal emplomado, techos abovedados, chimeneas esculpidas en mármol negro, y un lago privado que reflejaba las montañas nevadas como un espejo maldito.

La mansión Stankov era el eco de un linaje muerto. Cada pasillo parecía susurrar secretos, cada espejo reflejaba recuerdos no dichos. El mármol blanco del vestíbulo brillaba como hielo. Los retratos estaban cubiertos con sábanas. Solo un cuadro colgaba descubierto: el de su padre, Nikolai Stankov, con los ojos fríos y las manos cruzadas sobre un bastón que Stella ahora conservaba en su dormitorio.

Kriffer apareció sin hacer ruido, con un leve crujido de su cuerpo encorvado y esas orejas caídas como alas mojadas. Se inclinó con reverencia al ver a Stella.

—Mi niña... —susurró—. Mi niña ha vuelto.

—Y no estoy sola —dijo ella con voz neutra—. Sé amable con él, Kriffer.—Pidió la rubia siendo consciente de que su elfo no apreciaba a Tom en lo absoluto.

—Siempre que usted lo diga, señorita Stella —dijo el elfo, aunque su mirada hacia Tom era una mezcla de sospecha y rencor contenido.

Tom la notó. Y sonrió apenas.

—Encantado de verte de nuevo, Kriffer —dijo con voz suave.

El elfo se tensó.

Pero no dijo nada.

Cada amanecer, mientras la bruma despertaba el lago, Stella se retiraba al invernadero a cuidar las orquídeas cristalinas que decían haber sido el orgullo de su madre. Tom la acompañaba, escuchando su voz baja, midiendo cada palabra: cómo el rocío tocaba el polen, la forma en que ella rociaba las hojas con un hechizo nutritivo. Y en esos silencios, Tom la miraba con esa devoción oscura que ella había aprendido a aceptar.

Por las tardes, se perdían entre estanterías polvorientas de la biblioteca: Tom revolviendo pergaminos arcanos, Stella buscando un grimorio familiar sobre maldiciones ancestrales. Kriffer aparecía cada tanto con tazas de té de jazmín o con bandejas de pastelitos de chocolate—pequeños gestos que ella agradecía con una sonrisa. El elfo la observaba con ternura, sorprendido de que su señora sonriera ante algo que no fuera un recuerdo violento.

El elfo doméstico, Kriffer, se movía en segundo plano, llenando jarras de agua pura, llevándose platos sucios, componiendo la cama antes del amanecer. A veces, cuando creía que nadie lo veía, dejaba escapar un suspiro: amaba a Stella con devoción ciega por la niña que le dio pan cuando todos la despreciaban, por la amiga que lo trató con igualdad. Pero ahora veía a su señora enredada en la telaraña de un joven mago obsesionado, y temía por su alma. Sin embargo, guardaba silencio: conocía la lealtad de los Stankov, y sabía que Stella jamás lo rechazaría a él... ni a Tom.

𝐁𝐔𝐑𝐊. (𝑻𝒐𝒎  𝑹𝒊𝒅𝒅𝒍𝒆)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora