CAPÍTULO 32.

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El ataúd de cristal se alzaba como una joya maldita en medio de la sala principal de la mansión Malfoy

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El ataúd de cristal se alzaba como una joya maldita en medio de la sala principal de la mansión Malfoy. No había velas encendidas, pero el cuerpo de Stella Stankóv resplandecía con una luz propia, pálida y perfecta, como si la muerte misma se hubiera rendido ante su belleza.

La sala estaba protegida por más de veinte capas de hechizos, sellos y maldiciones. Nadie, salvo el propio Lord Voldemort, podía entrar sin su permiso. Ni siquiera Abraxas Malfoy, el anfitrión, aunque fuera su más fiel sirviente.

El ataúd, sellado desde hacía más de una década, contenía su tesoro más peligroso: Stella Stankóv.

Dormía. Congelada en el tiempo.

Y él... no podía soportarlo más.

Los sueños. Las voces. Su risa quebrando su mente en las madrugadas. Su perfume, su rostro, sus burlas, su mirada que todo lo desnudaba. Ella estaba dentro de él, reptando por las grietas que aún no lograba sellar.

Le recordaba que, aun dormida, tenía poder sobre él.

Y eso no lo podía permitir.

—No más —susurró para sí, casi con furia.

El problema no era verla. El problema era desear verla.

Y eso lo debilitaba.

Y un Lord Oscuro no se debilita.

Por eso, la llevó lejos de sí.

Eligió la Mansión Malfoy.
Abraxas le debía mucho.
Le debía todo.
Y además, él la conocía.

Stella había sido su profesora.

"Qué irónico," pensó Voldemort, sin girarse a mirarla una última vez. "Vas a dormir bajo el techo de un antiguo alumno. Apuesto a que te parece divertido."

No supo que ella sí lo oyó.

Y que sí le pareció divertido.

...

—¿En serio piensa quedarse con eso aquí? —preguntó la esposa de Abraxas Malfoy, con el ceño fruncido, observando el ataúd de cristal en la galería vacía.

𝐁𝐔𝐑𝐊. (𝑻𝒐𝒎  𝑹𝒊𝒅𝒅𝒍𝒆)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora