El sanador se encontraba ya en mis aposentos cuando Oberón me ayudó a llegar hasta allí, incluso me sorprendió encontrar a Voro junto a una sombría Berinde, que me lanzó una mirada cargada de significado al vernos aparecer al Caballero de Verano y a mí.
El trayecto que habíamos hecho desde las caballerizas hasta el palacio había estado envuelto en un pesado —y extraño— silencio tras mi repentino arranque de sinceridad. El príncipe no había insistido, limitándose a acompañarme personalmente hasta mi dormitorio, empleando su conocimiento para conducirme por las zonas menos transitadas; tanto él como yo habíamos optado por mantener las distancias, temiendo que la tirantez que nos rodeaba pudiera romperse como un fino hilo.
Tomé una bocanada de aire, armándome de valor y haciendo que mi mirada saltara entre los dos príncipes de Verano. Pero mi doncella, como si hubiera sido capaz de leer mi mente, se adelantó:
—Os agradecemos la inestimable ayuda que habéis proporcionado a la Dama de Invierno —habló con firmeza, sin dejarse intimidar por la presencia de ambos—, pero ahora mismo la princesa necesita privacidad.
Un rubor se instaló en las mejillas de Voro al comprender que su presencia allí ya no era necesaria. Su hermano mayor, por el contrario, se limitó a asentir y a lanzar una mirada en dirección al otro príncipe, indicándole que le siguiera hacia la salida.
El menor de los dos pasó por mi lado apresuradamente, farfullando sobre sus deseos de que no fuera nada grave y de que le mantuviera informados al respecto. Oberón no dijo ni una sola palabra, aferrando el picaporte y siendo el primero en abandonar la habitación sin tan siquiera dirigirme una última mirada. Pero ¿qué había esperado? Ya había mostrado suficiente hospitalidad al ayudarme en el bosque, al acompañarme hasta allí... y al no tomar —o eso quería creer— ningún tipo de represalia contra mí por lo sucedido.
El sanador me dedicó una sonrisa tranquilizadora, alzando uno de sus delgados brazos para señalarme con amabilidad uno de los divanes. Me fijé en su cabello cano, en las arrugas que se extendían desde las comisuras de sus ojos, de un color gris más oscuro que el tono de su cabello; llevaba una túnica con el emblema del dragón, el símbolo de la Corte de Verano.
Por el rabillo del ojo vi la sombra de Berinde acercándoseme con sigilo hasta situarse a mi lado, sin perder de vista al hombre.
—Dama de Invierno, permitidme que me presente —dijo, dedicándome una inclinación de cabeza—: me llamo Glaudus y soy el sanador del rey.
Un extraño cosquilleo se extendió por mi cuerpo al descubrir que no se trataba de un sanador cualquiera, sino parte del cuerpo privado de sanadores con los que contaba el rey.
—El príncipe me ha hecho saber sobre vuestra desafortunada caída —continuó Glaudus y pude sentir la intensidad de la mirada de Berinde clavada en mi perfil. ¿Cuánto habría compartido Voro con ellos?—. Tomad asiento, por favor.
Percibí la mano de mi doncella flotando cerca de la parte baja de mi espalda, dispuesta a sostenerme si no era capaz de alcanzar por mi propio pie el diván que me había señalado el sanador. Gracias a la magia del Caballero de Verano, la sensación lacerante del tobillo había disminuido notablemente, permitiéndome una mayor facilidad a la hora de poder moverme; gracias a la magia del Caballero de Verano, pude ir hacia el asiento para ocuparlo ante la atenta mirada de Glaudus y Berinde.
El sanador se acercó hasta quedar frente a mí, pidiéndome con voz suave que extendiera mi pierna para que él pudiera emplear su propio poder para comprobar el estado de mi tobillo herido. Obedecí en silencio, apoyando la pantorrilla sobre el mullido cojín vacío del diván que ocupaba; la sonrisa de Glaudus creció de tamaño ante mi cooperación y luego me dirigió una mirada de disculpa antes de encargarse de retirarme la bota, poniendo el mismo cuidado que Oberón cuando estábamos en el bosque.
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DAMA DE INVIERNO | LAS DOS CORONAS ❄ 1 |
FantasySu destino fue escrito como una tragedia. Mab nunca tuvo una vida fácil, en especial cuando su padre la nombró heredera y futura reina de la Corte de Invierno. Siempre bajo la inquisitiva mirada de aquéllos que no creían que fuera una opción apta pa...