| ❄ | Capítulo cuarenta y ocho

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— El capi nuevo empieza en el 46 —

La mano de mi madre sobre mi hombro me arrancó de mis lúgubres pensamientos. Tras la extraña noche del invernadero, había buscado refugio en mis aposentos con el propósito de esquivar ciertos encuentros; le había pedido a Nyalim con voz ronca que inventara cualquier excusa si Oberón volvía a presentarse frente a mi puerta. La doncella se había limitado a asentir ante mis órdenes, sin decir una sola palabra al respecto.

Y lo había cumplido con creces.

Después de dejar al Caballero de Verano en el invernadero, había corrido de regreso al interior del palacio. La conversación que había espiado entre Titania y Puck había quedado relegada a un segundo plano, totalmente opacada por lo sucedido con el príncipe; con la vorágine de sentimientos y pensamientos contradictorios que revoloteaban dentro de mi cabeza. Abrumada, había cruzado el umbral de mi dormitorio, sintiendo una molesta presión en el pecho.

Mi traicionera mente no había hecho más que atosigarme con pequeños fragmentos durante el resto de la noche, aumentando mi propia mortificación. Había sido consciente del paulatino cambio en mi interior, de cómo aquellos últimos días habían derribado lentamente las murallas que había construido a mi alrededor para protegerme de Oberón.

Lo había aceptado.

Había dejado de negarme a mí misma lo evidente, lo que había estado esquivando siempre que el Caballero de Verano andaba cerca. Y una pequeña parte, la que creía haber desaparecido para siempre tras mi despedida con Darragh, había resurgido con timidez, me había hecho albergar esperanza. Una absurda y banal esperanza de que Oberón me viera de otra forma.

No había sido así.

El príncipe me había conducido hasta ese invernadero con el propósito de disculparse por los errores del pasado, reconociéndolos y haciéndome saber con ello que estaba dispuesto a respetar nuestra tregua. Que estaba comprometido a dejar todos los fallos que cometimos el uno con el otro por el bien de nuestras cortes, por el futuro que nos esperaría una vez ocupáramos nuestros legítimos lugares.

Y yo había estado esquivándolo prácticamente desde entonces, magnificando el cansancio que la magia de Verano estaba generando en mi propio cuerpo para justificar que hubiera decidido encerrarme a cal y canto en mis aposentos. Había eludido nuestro encuentro a la mañana siguiente y, cuando escuché el sonido de unos nudillos llamando a la puerta, le rogué con la mirada a Nyalim que se hiciera cargo. La joven doncella se había apresurado a responder a la llamada de Oberón, cuya voz flotó hasta mi dormitorio; ella le dijo que no me encontraba bien... Empleando la misma excusa esa misma noche.

El Caballero de Verano pareció comprender la situación, pues al día siguiente no vino a buscarme y yo no abandoné mis habitaciones bajo ningún concepto.

Hasta aquella mañana.

—Mab, te he hecho una pregunta.

La voz de mi madre restalló como un látigo en mis oídos. Pestañeé al darme cuenta de que, a pesar del contacto de su mano sobre mi hombro, mi mente había decidido jugar conmigo de nuevo, haciendo que me perdiera entre mis propios pensamientos; bajé la mirada hacia mis manos entrelazadas, temiendo que mi despiste pudiera levantar las sospechas de la reina de Invierno.

—Estoy cansada —repuse, valiéndome de la terrible excusa a la que me había aferrado para eludir a todo el mundo. Incluidas mis damas de compañía, Nicéfora en especial.

La mano de mi madre me estrechó el hombro de nuevo con una calidez inusitada.

—Mañana estaremos de regreso en la Corte de Invierno y todo volverá a la normalidad, Mab.

DAMA DE INVIERNO | LAS DOS CORONAS ❄ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora