Me alejé a toda prisa de Carys y su camarilla, seguida por mis tres damas de compañía. Las crueles insinuaciones de la Dama de Otoño persistían en mis oídos, negándose a desaparecer, provocando que mi estómago se retorciera de ansiedad. Había pecado de orgullo; había creído estúpidamente que mis juegos sucios quedarían en la sombra... y no pensé que todo aquello daría pie a una oleada de chismorreos que alcanzarían a otras cortes.
Tomé una temblorosa bocanada de aire mientras obligaba a mis pies a continuar moviéndose, creando la mayor distancia posible entre la princesa y yo. ¿Hasta dónde habrían llegado los rumores? Pensé en la promesa que hice a la reina de Invierno cuando me resigné a cumplir mi destino, cuando mi madre me expuso claramente mi situación y mis limitadas opciones: le aseguré que no habría trucos por mi parte, que colaboraría con ellos. ¿Qué sucedería si los reyes estaban al corriente de las historias que los candidatos descartados habían hecho correr sobre mí? Me convencí de que sus insinuaciones sobre mi supuesto corazón de hielo no me afectaban lo más mínimo, que solamente se trataba del resentimiento de su orgullo masculino herido.
—Mab...
No cedí a la súplica que creí atisbar en el tono de Nicéfora. No aparté la mirada del rincón que había encontrado casi por casualidad al escapar de la insidiosa y venenosa Carys. Había invitadas por todas partes, ojos que parecían seguirme con inusitada intensidad. ¿Cuántas de ellas estarían al corriente de los rumores? ¿Cuántas de ellas se habrían encargado de seguir esparciéndolos con siniestra satisfacción?
—Mab, por favor —lo intentó por segunda vez Nicéfora.
Su mano me aferró por la parte superior del brazo, reteniéndome con la suficiente fuerza para que frenara en seco y mi huida se viera interrumpida.
—Míranos —me pidió y yo obedecí.
Giré sobre la punta de mis pies y contemplé las tentativas sonrisas que me dedicaban mis tres doncellas.
—No permitas que las mentiras que Carys ha esparcido te afecten —la voz de Nif sonó firme y cargada de una intensidad que quise sentir—. No le des ese poder, Mab.
—Sabemos que no es cierto —intervino Geleisth y en su mirada no había más que una aplastante seguridad, un silencioso mensaje que pretendía reforzar sus palabras—. Sabemos que lo único que quería era provocarte para que cayeras en su juego.
Inspiré otra bocanada de aire, moviendo los labios como un pez agitándose fuera del agua. Notaba un nudo en mitad de mi garganta, oprimiéndome hasta el punto de no permitirme hablar.
Nyandra dio un paso hacia delante, con una mirada dulce y comprensiva.
—Estamos a tu lado, Mab —me prometió.
Sentí la calidez de las lágrimas en las comisuras de mis ojos. Lágrimas de furia, de rabia contenida por haber permitido que Carys pudiera afectarme de ese modo, brindándole una pequeña victoria que no haría más que aumentar la fijación que parecía aún guardar conmigo, que quizá la empujarían a alimentar esas brasas que eran los rumores.
Nicéfora me pasó un protector brazo alrededor de los hombros mientras Nyandra y Geleisth me respaldaban, colocándose cada una a un lado.
—Fingiremos que el sol ha sido demasiado intenso para ti —me propuso con suavidad, brindándome una salida— y regresaremos a tus aposentos.
Pensé en lo que supondría aquella retirada: sería admitir que las palabras de Carys habían significado más para mí de lo que había pretendido en realidad. Sería admitir que sus insinuaciones tenían un trasfondo de verdad.
Sería alimentar las historias.
—No —dije, intentando imprimir seguridad en mi tono—. No voy a retirarme.
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DAMA DE INVIERNO | LAS DOS CORONAS ❄ 1 |
FantasySu destino fue escrito como una tragedia. Mab nunca tuvo una vida fácil, en especial cuando su padre la nombró heredera y futura reina de la Corte de Invierno. Siempre bajo la inquisitiva mirada de aquéllos que no creían que fuera una opción apta pa...