| ❄ | Capítulo cuarenta y seis

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Pensé que mis oídos estaban engañándome, que no había escuchado bien. ¿El Caballero de Verano ofreciéndose para... para ayudarme con mi poder? Entrecerré los ojos con sospecha, evaluándole mientras se erguía frente a mí, a la espera de mi reacción.

En mis aposentos, al advertir mi reticencia a acompañarle, había hecho alusión a la deuda que todavía persistía entre nosotros para empujarme a que aceptara su extraña invitación. No era capaz de encontrarle un sentido lógico a todas aquellas piezas sobre el comportamiento de Oberón y sus intenciones.

Crucé los brazos mientras continuaba estudiando al príncipe.

—¿Estáis apelando a nuestra deuda para mostrarme a cómo usar mi magia? —quise cerciorarme. Continuaba pareciéndome una idea absurda porque ¿quién en su sano juicio malgastaría ese tipo de vínculo que existía entre dos personas para algo tan banal como lo que estaba ofreciéndome?

Oberón asintió con severidad y sin un ápice de duda en su rostro.

—¿Por qué? —fue lo único que pude decir, aturdida por el comportamiento del príncipe de Verano.

La expresión del joven se ensombreció cuando escuchó mi pregunta.

—Aquel día, en las caballerizas —el vello se me erizó al rememorar el momento al que estaba refiriéndose—, dijisteis que no podíais controlar vuestro poder, ni siquiera para intentar curaros vuestro tobillo herido. Eso me hizo pensar... Sois la heredera de la Corte de Invierno —la vergüenza reptó por mi rostro a cada palabra que Oberón pronunciaba, haciendo que las mejillas empezaran a arderme—, la magia que corre por vuestras venas es un símbolo de lo que sois, de en quién os convertiréis en el futuro.

Sus palabras fueron como una bofetada. Ninguno de los herederos de las cuatro cortes mostraba el mismo problema que yo con sus poderes: había visto el manejo y la confianza que mostraban a la hora de emplear su magia. A mí nunca se me había exigido —o enseñado— que hiciera lo mismo, siempre se me había mantenido enclaustrada en las bibliotecas del palacio en mi hogar, instruida por el hosco maestro Aen, quien no había dudado un segundo en resaltar todas y cada una de mis imperfecciones. Empezando por el hecho de haber nacido mujer, alguien inferior a sus ojos.

Incapaz de aguantar aquella humillación un segundo más, di media vuelta con el propósito de abandonar el edificio y regresar a mis aposentos. El príncipe de Verano lo único que buscaba era dejarme en evidencia, recordarme mis propias limitaciones por no conseguir controlar mi propio poder.

Apenas me alejé un par de pasos antes de que la mano de Oberón me aferrara por el brazo, obligándome a frenar. Lo miré por encima del hombro con una expresión que no lograba ocultar la rabia que sentía en aquellos instantes.

—Mi propósito no era ofenderos, Dama de Invierno —me aseguró.

Dejé escapar una risa sarcástica.

—¿Humillarme, quizá? —le acusé.

—Quiero ayudaros —reiteró, ignorando mi tono punzante—. Enseñaros lo que, al parecer, se os ha negado durante tanto tiempo. La magia forma parte de cada uno de nosotros, pero son las líneas elementales las que nos convierte en quienes somos: el futuro de las cuatro cortes. La magia de Invierno que corre en vuestras venas no es vuestra enemiga, también puede ser una aliada.

Me obligué a no dar importancia al cosquilleo que me produjo el contacto de sus dedos presionando mi brazo, concentrándome en el mensaje que parecía haberme lanzado y que estaba lleno de una dolorosa verdad: el temor que me provocaba mi propia magia había hecho que terminara considerándola una enemiga, ahogándola en mi interior porque, de ese modo, era como lograba mantener el control.

DAMA DE INVIERNO | LAS DOS CORONAS ❄ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora