| ❄ | Capítulo doce

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Me obligué a empujar lo sucedido —y el pavor que se desató por todo mi cuerpo al ver que no era capaz de frenarlo por mí misma— a lo más profundo de mi mente mientras fingía que nada de ello había tenido lugar después de haber eliminado cualquier evidencia de lo caótica que había resultado ser mi magia.

Cambié mi vestido por uno de mis camisones más cálidos y busqué refugio en mi dormitorio, bajo las mantas. Me quedé allí aovillada, contemplando las palmas de mis manos; preguntándome qué habría llegado a pasar si alguien me hubiera descubierto en aquel momento tan vulnerable.

Oí a ese maldito Airgetlam hablar con semejante prepotencia sobre los planes que había alcanzado junto a su padre, en los que el objetivo era participar en el Torneo como campeón de la Corte de Invierno para ir allanando el terreno para demostrarle al rey que era la opción más conveniente para mí: para convertirse en mi prometido y, una vez llegara nuestro momento, ocupar el lugar de mi padre.

Mi cuerpo se estremeció al imaginar lo que sucedería si Airgetlam conseguía salirse con la suya: era déspota y egoísta. El poder que le conferiría la corona no haría más que enardecerle; yo quedaría relegada a un segundo lugar, me obligaría a cumplir mi función como esposa. Me obligaría a darle herederos.

La reina me había prometido darme voz en aquel asunto. Al menos contaba con aquella pequeña ventaja que, seguramente, Airgetlam y su padre no conocían; a pesar de aquel inesperado contratiempo respecto a quién había resultado ser el campeón de la Corte de Invierno, no iban a rendirse: lucharían con garras y dientes por obtener el beneplácito del rey para conseguir mi mano en matrimonio.

Aquella derrota no haría más que motivarlos aún más.

Berinde me encontró allí, refugiada bajo las mantas, mucho tiempo después

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Berinde me encontró allí, refugiada bajo las mantas, mucho tiempo después. Cuando la noche había dado paso a la mortecina luz del amanecer y los pocos invitados que habían decidido alargar un poco más la euforia de la Ceremonia de Inicio por fin se habían arrastrado de regreso a sus propios dormitorios, dando por concluida la velada. Sus ojos me observaron con visible preocupación antes de atreverse a sentarse en el borde del colchón, marcando las distancias; las fuertes emociones del día anterior me habían mantenido en vela toda la noche, impidiéndome conciliar el sueño.

—Alteza —la escuché murmurar, cohibida por mi aspecto.

No había tenido el placer de contemplarme todavía en un espejo, pero no me costó mucho imaginar mi aspecto: mi rostro estaría más pálido que de costumbre; mis ojos se encontrarían apagados... y enmarcados por profundas ojeras, producto de una noche sin dormir. Mis doncellas tendrían que esforzarse más que en otras ocasiones para cubrir todo aquel desastre.

Se me escapó un imperceptible suspiro cuando el dorso de los dedos de Berinde se apoyó con suavidad en mi frente, un gesto que me retrotrajo a mi infancia. Cuando ella hacía ese mismo movimiento para comprobar mi temperatura.

DAMA DE INVIERNO | LAS DOS CORONAS ❄ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora