| ❄ | Capítulo veintinueve

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Arreglar las cosas con Nicéfora me ayudó a lidiar con la pérdida de lady Amerea, además de los desesperados intentos del resto de mis damas de compañía de arrancarme de la soledad de mis aposentos. Gracias a su incisivo sentido del humor y su perseverancia hicieron que la oscuridad que se había instalado en mi corazón fuera retrocediendo poco a poco; la herida se estaba cerrando y todo estaba volviendo a su cauce.

Aquella mañana, casi una semana después de mi reveladora conversación con Nicéfora, había aceptado la propuesta de mis damas de aprovechar la pequeña tregua que el tiempo parecía habernos dado, al menos en Oryth, para instalarnos cerca de la fuente donde nadaban un pequeño banco de peces de hielo, cuyas escamas cristalinas lanzaban reflejos cuando la luz del sol incidía sobre sus lomos, y preparar las coronas típicas para aquella festividad menor cuyo propósito era incentivar futuros compromisos entre los jóvenes de la corte, aunque quisieran enmascararlo de oda a la amistad y a estrechar relaciones.

Con motivo de tal celebración, y siguiendo las costumbres, todas las damas se afanaban por elaborar coloridas coronas de flores que obsequiarían durante la noche, cuando algunos se reunirían allí, en los jardines, para disfrutar del momento. Nyandra y Geleisth ya habían conseguido cada una confeccionar una, pasando a la siguiente, y susurraban entre risitas traviesas; Mirvelle, por el contrario, estaba rematando la suya mientras que Nicéfora contemplaba con ojo crítico su propia obra, repasándola en busca de posibles imperfecciones antes de continuar.

Mis dedos se movían de manera mecánica y experimentada, trenzando los tallos de las rosas negras que había escogido para la ocasión, y cuyas espinas ya había retirado, dando forma a la primera. Igual que en años anteriores, tendría que elaborar una corona para mis padres y para cada una de mis damas de compañía; noté un pellizco en el pecho al pensar en lady Amerea, pero continué con mi labor, intentando distraerme.

—Oh —la suave exclamación de sorpresa de Nif hizo que mis movimientos perdieran el ritmo de tejer.

Aparté la mirada de mi proyecto inacabado y la alcé hacia mi amiga. Ella también parecía haber hecho un pequeño alto, con su propia corona aún entre las manos y sin terminar, para contemplar algo que había llamado su atención cerca de donde estábamos nosotras. Mirvelle y las otras dos también levantaron los ojos de sus quehaceres, intrigadas.

—Viene hacia aquí —cuchicheó Geleisth y un rubor empezó a cubrir sus mejillas.

Nyandra se recolocó discretamente el cabello.

—La renuencia de su familia a visitar la corte ha desaparecido, por lo que veo —observó Mirvelle con tono incisivo.

Cediendo a mi curiosidad por saber qué es lo que las tenía tan interesadas, giré el cuello hacia la dirección donde apuntaban las miradas de mis damas de compañía. Mi cuerpo cosquilleó al descubrir a lord Darragh atravesando los jardines, tal y como había apreciado Geleisth con el rostro acalorado, hacia nuestro rincón; tragué saliva de manera inconsciente, repentinamente agitada por saber que el objetivo del primogénito de lord Dannan éramos nosotras.

En nuestro último encuentro, después de saber que lady Amerea no había dado de lado a su propia familia por volcarse en mi educación, había salido huyendo cuando había visto mi oportunidad. Había pasado una semana y varios días desde aquel incómodo momento y nuestros caminos no se habían vuelto a cruzar debido a la decisión de su padre de no visitar la corte con regularidad, manteniéndose en su propia casa de la ciudad.

Valoré la idea de escabullirme de nuevo, pero las largas zancadas de lord Darragh me impidieron tan siquiera empezar a idear una excusa. Me quedé paralizada cuando el joven se detuvo a nuestro lado y sus ojos grises se clavaron en mi rostro con decisión, haciéndome saber que era a mí a quien buscaba; pude percibir la excitación y la creciente curiosidad entre mis damas, el modo en que sus miradas alternaban y saltaban del uno al otro. Ninguna de ellas había olvidado cómo abandoné nuestro círculo aquel día para ir a su encuentro, alegando querer presentar mis respetos.

DAMA DE INVIERNO | LAS DOS CORONAS ❄ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora