| ❄ | Capítulo cuatro

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Nicéfora hundió la mitad superior de su cuerpo en uno de mis armarios mientras yo contenía una sonrisa de diversión. Mis doncellas, que trataban de poner algo de orden tras nuestra tarde allí encerradas, fingían no estar pendientes de la joven y el desastre que podía organizar en un instante... porque ya habían tenido que enfrentarse al torbellino de energía en el que se convertía cuando alguna idea empezaba a formársele en su mente.

Lady Nicéfora, hija del conde Ferroth, había pasado a formar parte de mi pequeña camarilla de damas de compañía... además de convertirse en mi mejor amiga. Mis padres tomaron la decisión poco después de que regresáramos de la Corte de Verano, quizá azuzados por las conversaciones que habían mantenido con los otros invitados respecto a mi posición ya no solo como princesa, sino como futura reina; al principio me resistí a tener a todas aquellas jovencitas a mi alrededor, acompañándome día y noche, siempre que no estuviera ocupada con mis lecciones. Sin embargo, y a pesar de mis súplicas, no pude deshacerme de mis damas de compañía y los años que transcurrieron desde entonces hicieron que al final me acostumbrara a su presencia.

—Dime, Mab, ¿has recibido alguna nota por parte del joven Kelvar? —escuché la voz ahogada de Nicéfora desde el interior del armario.

Puse los ojos en blanco, sabiendo que mi amiga no podía ver ese gesto.

Cuatro noches atrás, durante una de las habituales recepciones que había celebrado mi padre en honor a un compromiso para el que había dado su beneplácito, Nicéfora me había susurrado al oído que «un joven bastante apuesto no había dejado de mirarme en toda la noche»; divertida por el reto que vi en sus ojos, no tardé mucho tiempo en divisar al chico que mi dama me había señalado con discreción a través de la afluencia de nobles allí reunidos.

Nicéfora no había mentido al describirlo como apuesto: alto, de cabello negro y ojos de un azul mucho más oscuros que los míos. El motivo de por qué había llamado su atención no era ningún misterio: era la princesa heredera... y todavía no me habían impuesto ningún pretendiente con el que tendría que comprometerme.

Había empezado a lidiar con ese tipo de atención cuando entré de lleno en la adolescencia y aquellos pequeños cambios de mi cuerpo se hicieron mucho más evidentes... e imposibles de obviar. Sin embargo, la llegada de Nicéfora a mi lado —el hecho de que tuviésemos edades similares y ella hubiese tenido que pasar por lo mismo que yo— hizo que todo aquello se suavizara, volviéndose más soportable.

Mi dama de compañía me susurró al oído de manera insidiosa, pidiéndome algo de diversión en aquella soporífera velada. Y yo, cansada de aguantar la compostura tras horas sonriendo a desconocidos, acepté; Nicéfora me dedicó una sonrisa traviesa cuando mantuve contacto visual con aquel desconocido que me había señalado hasta que el chico pareció reunir el valor suficiente para acercarse a mí.

Después, sin que nadie se percatara, me deslicé de su brazo hacia una de las puertas acristaladas que conducían a los jardines.

—¿Alguna nota? —repetí burlonamente, arrugando la nariz—: Ha estado insistiendo en que nos viéramos de nuevo.

Nicéfora salió del armario, con los brazos vacíos pero con la mirada brillante por la posibilidad de buenos chismorreos.

Ella tampoco había estado sola aquella noche, después de que yo decidiera aceptar la compañía de aquel joven; sin embargo, la velada de Nicéfora resultó ser mucho más divertida que la mía.

Mi nariz se arrugó aún más cuando recordé los patéticos intentos de mi acompañante de arrastrarme a un rincón mucho más privado donde hacer cosas más interesantes que charlar de temas insulsos y aburridos sobre los jardines.

DAMA DE INVIERNO | LAS DOS CORONAS ❄ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora