| ❄ | Capítulo treinta y tres

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Me costó dar la orden a mis doncellas para que Darragh no pudiera verme, alentándolas a que inventaran cualquier excusa que se les pasara con la cabeza y que, bajo ningún concepto, le permitieran el paso; sabía que aquella medida era nimia en comparación con el resto del tiempo que pasara lejos de mis aposentos, donde las posibilidades de toparme con él eran aún mayores.

Percibí la sospecha en los ojos de Berinde cuando informé a mi camarilla que lord Darragh no era bienvenido por más tiempo, convirtiéndose en una persona non grata; las preguntas se habían arremolinado en la punta de la lengua de mi fiel doncella, pero se las tragó. Y yo no fui capaz de confiarle en que Nicéfora había sido demoledora con su ultimátum, empujándome a que tomara una decisión.

Para que eligiera entre ambos.

Habían transcurrido varios días desde aquel momento y mis intentos por disimular la tristeza que llevaba atenazándome a todas horas, sin brindarme una tregua y haciendo peligrar la máscara que me había obligado a llevar para no levantar las sospechas del resto de mis damas de compañía.

Aquella tarde habíamos tenido que buscar refugio en uno de los salones privados, destinados a la familia real, debido a la inesperada tormenta de nieve que se había desatado al otro lado de los ventanales. El viento golpeaba los cristales, levantando un polvo blanquecino que impedía ver con claridad lo que había al otro lado; como si el tiempo atmosférico se hiciera eco de mi propio estado de ánimo, sumiendo a la Corte de Invierno en un clima inestable que había enclaustrado prácticamente a todos los nobles al interior del castillo, disfrutando de la protección que les brindaban los gruesos muros de piedra.

Mi corrillo de damas se había instalado cerca de la chimenea encendida y parloteaba alegremente, sin dejarse aplastar por la deprimente tormenta que aún continuaba descargando su violencia en el exterior. Mi mirada volvió a deslizarse hacia Nif, que en aquel instante se inclinaba hacia Mirvelle, sonriendo por algún comentario de Geleisth; mi mejor amiga parecía haber recuperado su antigua vitalidad, dejando a un lado aquella faceta sobreprotectora de la que había hecho uso para alejarme de Darragh, creyendo estar haciendo lo mejor para mí.

Tampoco habíamos vuelto a tocar el tema relacionado con Mirvelle y su inminente compromiso, pero intuía que Nicéfora no había estado perdiendo el tiempo, moviendo sus discretos hilos para dar con una solución que pudiera salvar a mi joven doncella de las garras del monstruo al que su familia quería entregarla.

—¡Mab! —la dulce voz de Nyandra hizo que regresara de mis ensoñaciones.

Mi dama de compañía movía una mano con energía en mi dirección, pidiéndome que me uniera a ellas cerca del fuego. Había procurado fingir delante de mi camarilla, de ocultar todo lo que se agitaba en mi interior, y parecía que había funcionado en aquellos días, pues ninguna de mis damas me había preguntado al respecto. Ninguna de ellas parecía haberse percatado del brillo apagado de mi mirada, de cómo había tenido que controlar todos y cada uno de mis gestos.

—¡Mab! —repitió Nyandra—. ¡Ven aquí a calentarte!

Hice que mis labios esbozaran una media sonrisa y me alejé del ventanal y la tormenta que rugía al otro lado, sintiendo cada temblor del cristal por todo mi cuerpo. Una parte de mí había agradecido que aquel inestable clima se hubiera desatado allí: Darragh y su familia no habrían abandonado su casa en la ciudad para acudir a la corte, no corría el riesgo de tropezarme con el hijo del noble.

Era una cobarde, pero la sola idea de aquel encuentro...

Me moví como una autómata, dirigiendo mis pasos hacia mis damas de compañía. La mirada de Nif se desvió hacia mí y creí atisbar una sombra de culpa entremezclada con preocupación cuando nuestras miradas se encontraron antes de que pareciera contagiarse de la alegría de Nyandra, en su rostro apareció una resplandeciente sonrisa que me provocó un extraño vuelco en el estómago y que un amargo sabor inundara mi boca.

DAMA DE INVIERNO | LAS DOS CORONAS ❄ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora