Mis dedos se cerraron con firmeza sobre el forro de mi capa, asegurándose de que no se abría. El mal tiempo aún coronaba los cielos de Oryth pero, al menos, las duras tormentas de nieve habían dado paso a ligeras lluvias... como la de aquella mañana. Quizá por eso había pedido a mis doncellas que me prepararan con uno de mis vestidos más pesados antes de aventurarme al exterior, agradeciendo la fría bofetada de aire que me golpeó en la cara cuando atravesé las puertas que conducían a los jardines traseros, ante la muda sorpresa de algunos sirvientes.
El castillo había empezado a asfixiarme. Sus paredes de piedra me habían recordado a las de una prisión, una lujosa celda que me mantenía convenientemente atrapada entre ellas; mi humor había ido menguando exponencialmente hasta el punto de que había comenzado a rehuir a todo el mundo... En especial a mis damas de compañía.
Mi promesa hacia Nicéfora estaba convirtiéndose en un peso dentro de mi pecho. La culpa por haber apartado de ese modo a Darragh de mi lado, sin tan siquiera brindarle una explicación, me perseguía por mucho que intentara dejarla atrás; por mucho de que intentara convencerme de que estaba haciendo lo correcto.
La seguridad que mostré aquel día, cuando escogí mi amistad con Nicéfora por encima de Darragh, estaba desvaneciéndose... levantando en su lugar un enjambre de dudas que no dudaban en arponearme, sin piedad. ¿Había tomado la decisión correcta? ¿Debería haberme impuesto a Nicéfora?
Habían pasado varias semanas y la presencia del joven lord era inexistente, prácticamente. El temor que me embargaba cuando seguía a mis damas de compañía por el interior del pasillo ante un posible encuentro había sido un compañero constante en aquellos días pasados; luego comprendí que mi miedo parecía ser infundado, pues Darragh parecía haber desaparecido... o haber optado por no poner un solo pie allí, creyendo que ya no era bien recibido.
La fría lluvia me golpeó al abandonar la seguridad del portón, pero no le di mayor importancia. La corte se encontraba refugiada en los salones habilitados dentro de palacio o disfrutando de largas caminatas por los pasillos, limitándose a contemplar las gotas caer a través de los ventanales; nadie se había atrevido a salir a los jardines traseros, lo que convertía aquel lugar en un rincón idóneo donde poder coger perspectiva.
Donde poder pensar.
El sonido de la gravilla bajo mis botas me acompañó mientras dejaba que el instinto me guiara, sin establecer un rumbo fijo mientras vagaba por allí. Atisbé los rosales negros que dibujaban un laberinto a la altura de la cintura a unos metros; mis pasos parecieron conducirme hacia ellos, con la lluvia cayendo a mi alrededor, empapándome la capa.
Me detuve frente a la primera línea que conformaban, ignorando cómo el agua calaba lentamente el tejido.... mi propio rostro. No moví ni un solo músculo, dejando que la tranquilidad y el silencio me envolviera como una burbuja protectora.
Aunque no por mucho tiempo.
La calma que podría haber encontrado allí se esfumó cuando oí otro par de pasos moviéndose cerca de donde estaba detenida. Fingí no ser consciente de ellos, concentrada en el rosal que crecía frente a mí, creyendo que se trataría de alguien siguiendo su propio camino.
No tuve tanta suerte.
—Mab.
Cerré los ojos, maldiciendo para mis adentros. Era como si mis más vergonzosos anhelos y retorcidos deseos, esos que había intentado ahogar una y otra vez mientras la culpa por la traición se enroscaba alrededor de mi garganta, apretándola con fuerza, lo hubieran materializado allí, a mi espalda.
Recé para que fuera un error. Un producto de mi desesperada imaginación.
—Mab, por favor.
Un escalofrío recorrió mi espalda al escuchar el tono de súplica en su voz, al oír cómo pronunciaba mi nombre.
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DAMA DE INVIERNO | LAS DOS CORONAS ❄ 1 |
FantasySu destino fue escrito como una tragedia. Mab nunca tuvo una vida fácil, en especial cuando su padre la nombró heredera y futura reina de la Corte de Invierno. Siempre bajo la inquisitiva mirada de aquéllos que no creían que fuera una opción apta pa...