Nyandra rió de algo que Mirvelle había contado, devolviéndome al presente. Había transcurrido casi una semana desde la muerte de lady Amerea y la corte no había tardado en pasar página, buscando nuevos rumores o chismorreos que compartir; yo aún no lo había logrado.
Lady Yseult y lady Elinor, junto con sus familias, continuaban instaladas en palacio, tratando de recuperarse de aquella herida para regresar a sus respectivos hogares; lord Dannan y su familia no habían vuelto a la corte, sumidos como estaban en su luto. El nudo de culpa que había sentido al contemplar a Darragh no se había desvanecido, asaltándome cuando bajaba la guardia.
Mis damas de compañía habían sido demasiado insistentes aquella mañana para que saliéramos de mis aposentos, en los que me había recluido tras regresar de la propiedad de lord Dannan; incluso Nicéfora había formado parte de aquel visible —y desesperado— intento de hacerme reaccionar.
Quizá por eso no había puesto ningún impedimento, dejándome manejar como una muñeca y usando mi mejor máscara mientras buscábamos un discreto rincón en los jardines con el propósito de pasar la mañana.
—Oh —exclamó entonces Geleisth, con sus ojillos clavados en algo que debía haber visto por encima de mi hombro.
Todas mis damas de compañía se giraron, intrigadas. Fuera lo que fuese que le hubiera sorprendido, no fue motivo suficiente para que las imitara; arropada con una gruesa capa con el cuello forrado en piel, bajé la mirada a mis manos mientras escuchaba los susurros emocionados de las chicas. Era consciente que este estado de melancolía no podía durar mucho más, mis padres y mis responsabilidades no me lo permitirían; los reyes habían sido clementes conmigo porque sabían lo unida que estaba a mi antigua institutriz. Aunque los años nos hubieran obligado a pasar menos tiempo juntas, ella había sido una persona importante en mi vida.
—Es bastante apuesto —decía Nyandra, alcé la vista para ver cómo se mordía el labio inferior—. Esos ojos grises...
Todo mi cuerpo se tensó. La imagen de lord Darragh pasó fugazmente por mi mente: el joven había heredado esa tonalidad de ojos de su padre; me reprendí un segundo después, pues resultaba muy complicado de creer que el hijo de lord Dannan hubiera abandonado su hogar en la ciudad para venir hasta el palacio, lugar al que apenas había visitado.
Era imposible, me convencí a mí misma.
—Con ese aire atribulado —suspiró Mirvelle, encandilada como su compañera—. Es una lástima que no sea asiduo de venir...
La curiosidad —y el temor— ganaron la batalla a mi pretendida indiferencia. Giré el cuello hacia donde apuntaban las miradas relucientes de mis damas de compañía, sintiendo un vuelco en mi interior: vistiendo una discreta capa negra, lord Darragh permanecía en segundo plano, evitando mirar al resto de personas que paseaban o disfrutaban del aire fresco de los jardines; sus ojos grises estaban clavados en las puertas que conducían al interior del palacio.
Y era innegable el aura de tristeza que parecía rodearle, dándole la apariencia de un joven trágico que tanto interés parecía despertar en algunas de mis damas de compañía.
La culpa volvió a retorcerse en mi estómago al pensar en lord Darragh.
No habíamos cruzado una sola palabra desde que apareciera, en compañía de sus padres, en los pisos inferiores del castillo para velar el cadáver de su abuela... pero yo tenía la imperiosa necesidad de disculparme. Quizá hacerlo me ayudaría a sanar, a volver a la normalidad y hacer que el peso que llevaba acompañándome desde la muerte de lady Amerea se desvaneciera.
La sorpresa se abrió paso entre las expresiones de mis acompañantes cuando me puse en pie, abandonando el banco en el que nos habíamos refugiado. Protegida por la tela de la capa, ninguna de ellas vio cómo apretaba los puños, armándome de valor para cruzar la distancia que me separaba de lord Darragh y poder deshacerme de una vez por todas de aquella oscuridad que parecía arremolinarse en mis pensamientos, impidiéndome avanzar.
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DAMA DE INVIERNO | LAS DOS CORONAS ❄ 1 |
FantasySu destino fue escrito como una tragedia. Mab nunca tuvo una vida fácil, en especial cuando su padre la nombró heredera y futura reina de la Corte de Invierno. Siempre bajo la inquisitiva mirada de aquéllos que no creían que fuera una opción apta pa...