Lo sucedido entre Oberón y Airgetlam era mucho más grave que el breve encontronazo que tuvimos hacía dos noches. No sabía exactamente qué es lo que había hecho durante la cacería para que el Caballero de Verano saliera herido, aunque no de heridas importantes, pero sus acciones nos ponían en una tesitura mucho peor: por la mirada que nos estaba lanzando el príncipe desde el otro lado de la explanada, era evidente que estaba al corriente de lo que había sucedido en realidad.
Y que Airgetlam era el responsable.
Quizá creyera, por el modo en que sus ojos estaban clavados en nosotros, que yo misma había tenido algún tipo de participación en lo sucedido. Que yo podría haberle pedido a ese pretencioso de Airgetlam que tomara cartas en el asunto por nuestro problema la noche de Lammas.
El estómago se me retorció al pensar en ello, al pensar que Oberón pudiera creer que la persona que estaba detrás de su ataque durante la cacería era yo; posiblemente a modo de venganza. Puse algo de distancia entre Airgetlam y mi cuerpo, como si aquel gesto pudiera demostrar mi inocencia a ojos del príncipe de Verano.
El susodicho apartó la mirada de nosotros cuando las manos de su madre volvieron a tomar su rostro para evaluar de nuevo las heridas que tenía. La actitud indudablemente orgullosa de Airgetlam hizo que sintiera un ramalazo al recordar el momento del pasillo, aquella parte del noble que no solía mostrar; si no se sentía culpable por haber ido tan lejos, llegando hasta el punto de atacar a un príncipe de otra corte, ¿qué más estaría dispuesto a hacer por alcanzar sus propias metas?
Una ardiente sensación de rabia empezó a extenderse por el interior de mi cuerpo al contemplar de nuevo a Oberón y su rostro malherido. La presencia de Airgetlam todavía a mi lado no hizo más que empeorar aquel fuego que estaba desatándose al pensar en la falta de escrúpulos que había mostrado. Al recordar que no iba a rendirse hasta obtener lo que más ansiaba: mi corona.
—Habéis puesto a nuestra corte en una situación comprometida, lord Airgetlam —logré que mi voz saliera fría y que no dejara entrever lo que me corroía al descubrir otra parte más de aquel muchacho de cara casi angelical—. Si el Caballero de Verano decide hablar no encontraréis mi apoyo.
Todos mis músculos se tensaron al percibir cómo el noble se inclinaba de nuevo en mi dirección y su cálido aliento acariciaba mi lóbulo. Mis alarmas se dispararon dentro de mi cabeza, pero me obligué a mantener mi expresión neutra y a no moverme ni un solo centímetro.
—El príncipe de Verano no hablará —me aseguró en un susurro—: no tiene ni una sola prueba que me inculpe de lo sucedido y vos jamás hablaréis en mi contra.
—Estáis muy seguro de ello —repliqué con más valor del que sentía.
Una risa baja hizo que todo mi vello se erizara.
—Él cree que vos tenéis algo que ver en todo esto —dijo, refiriéndose a Oberón—. Sería muy desagradable que yo no hiciera más que confirmar sus sospechas y que todo el mundo creyera que la Dama de Invierno está dispuesta a romper el tratado de paz que gobierna entre nuestras cortes, mostrando un comportamiento un tanto infantil e impropio de una futura reina...
Apreté los dientes, consciente de la posición delicada en la que me encontraba por haberme dejado llevar a causa de una rabieta infantil por algo que sucedió años atrás, cuando Oberón y yo solamente éramos unos niños.
—¿Os atrevéis a amenazar a vuestra princesa?
Los osados labios de Airgetlam acariciaron mi piel, como si no le importara lo más mínimo que pudieran haber ojos ajenos siguiendo nuestros movimientos y pudieran malinterpretar toda aquella escena. Quizá, en el fondo, era lo que estaba buscando con todo aquello.
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DAMA DE INVIERNO | LAS DOS CORONAS ❄ 1 |
FantasySu destino fue escrito como una tragedia. Mab nunca tuvo una vida fácil, en especial cuando su padre la nombró heredera y futura reina de la Corte de Invierno. Siempre bajo la inquisitiva mirada de aquéllos que no creían que fuera una opción apta pa...