| ❄ | Capítulo diecisiete

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Procuré continuar con aquella fachada de candorosa princesa e, incluso, me permití bajar la mirada al suelo con fingido pudor cuando lord Alister abandonó a su madre para acercarse a mí. Consciente de la inquisitiva mirada de lady Dorcha y mi madre, obligué a mis comisuras a formar una casi imperceptible sonrisa y dejé que el joven noble encabezara nuestra marcha hacia la salida.

Tal y como me había comprometido, conduje al muchacho hasta los jardines traseros. Antes de cruzar el umbral, un par de sirvientes se nos acercaron con premura, ofreciéndonos ropa de abrigo; tomé la pesada capa que me tendía uno de ellos mientras lord Alister la rechazaba con un gesto de mano y salía al exterior con lo puesto. Me tragué el comentario que pugnaba por escapárseme sobre lo poco inteligente que resultaría su decisión a la larga y, tras colocar la prenda en mis hombros, le seguí fuera de la calidez que imperaba en el castillo.

Mis botas hicieron crujir el eterno manto de nieve blanca que cubría cada palmo del suelo y mis dedos cerraron el frontal de la capa que llevaba para impedir que el aire gélido pudiera colárseme dentro. Lord Alister se detuvo al percatarse de mi ligero retraso y mi rostro volvió a transformarse en la misma encantadora máscara que había usado tras recibir la implícita orden de mi madre de asumir la promesa que le había hecho en el pasado.

—¿Habéis tenido una buena travesía, lord Alister? —traté de romper el silencio que existía entre ambos con aquella educada pregunta.

El joven torció ligeramente el gesto, delatando que el largo trecho que separaba Ymdredd de Oryth no había sido fácil.

—Extensa, Alteza —fue su escueta respuesta.

Mantuve mis labios presionados, impidiendo que pudiera formarse en ellos un visible mohín de molestia. Aquel pretendiente —el primero, en realidad— con el que debía lidiar no parecía ser muy dado a la conversación; o quizá fuera la repentina situación en la que nos encontrábamos, sin apenas tener tiempo de habituarse.

Aceleré el paso hasta colocarme a su altura y caminamos juntos. La rosaleda que había mencionado la condesa no estaba lejos y solía estar llena de algunas parejas o grupos que disfrutaban observando aquella rareza de la naturaleza que solamente crecía en la Corte de Invierno; apreté los puños bajo la capa, consciente de las miradas que recibiríamos al poner un pie allí.

Los rumores que darían lugar.

Lady Dorcha había sido muy hábil al proponer que le mostrara a su hijo una zona tan concurrida. Su llegada a Oryth podía haber pasado inadvertida, pero pronto todo el mundo sabría que tanto ella como su primogénito se encontraban en la capital con el firme propósito de cortejar a la Dama de Invierno; mi cuerpo sufrió un escalofrío involuntario al pensar en Airgetlam, en cómo usaría aquella información para su propio beneficio.

El joven lord no había dado señales en el tiempo que llevábamos allí, tras regresar de la Corte de Otoño, pero aquella retirada estratégica no debía hacerme bajar la guardia en ningún momento.

Al doblar por el camino nevado llegamos al laberinto que formaba la rosaleda. Divisé algunos nobles paseando por el interior del mismo, todos ellos abrigados bajo pesadas capas como la que llevaba yo; de manera inconsciente eché un vistazo a mi compañero, quien había rehusado de la suya. Por muy grueso que fuera el jubón que vestía, las mangas acuchilladas que dejaban al aire la camisa que usaba debajo y el ambiente frío que nos rodeaba pronto harían que lord Alistar se arrepintiera de su decisión de enfrentarse al gélido clima de Oryth con lo puesto.

—Vuestra madre ha dicho que sois un apasionado de la botánica —lo intenté de nuevo, esperando en aquella ocasión una respuesta algo más larga.

La atención del joven noble ya se encontraba en los primeros capullos que habían florecido. Casi era un milagro que una planta tan delicada como la rosa hubiera logrado prosperar en un ambiente tan poco favorable; todo el mundo parecía encantado con el color atípico de aquellos rosales y, pese a los intentos de hacerlos crecer en otras cortes, ninguno había sido fructífero.

DAMA DE INVIERNO | LAS DOS CORONAS ❄ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora