Tras la muerte de su esposo y ascensión de su hijo al trono, la antigua reina había decidido retirarse de la vida de la corte. Encerrada en sus aposentos de la zona más alejada del castillo, la reina Deedra apenas se dejaba ver fuera de ellos; disponía de una generosa cantidad de servicio cuyo único propósito era velar por la Reina Madre y rendir cuentas ante mi padre, quien no había logrado que abandonara su autoimpuesto encierro en todos aquellos años que habían transcurrido.
Ni siquiera con motivo de la llegada al mundo de la continuidad de su estirpe.
Pese a la decisión de la reina Deedra de no abandonar bajo ningún concepto sus amplios dormitorios, mi padre había tratado de que su figura no resultara una desconocida en mi vida: desde niña, había acompañado al rey —incluso en ocasiones a la reina— para pasar algún tiempo con ella. Una vez incluso me había atrevido a preguntarle por qué estaba encerrada en aquel lugar como si fuera una prisionera.
«Mi tiempo ha pasado —fue su lacónica respuesta— y doy gracias a los elementos por ello: las intrigas de la corte llegaban a ser agotadoras...»
Al principio no entendí a qué se refería. Era demasiado pequeña y mis conocimientos sobre los entresijos de la corte eran prácticamente nulos; conforme fui creciendo e introduciéndome poco a poco en la vida en la corte, empecé a comprender a la Reina Madre y el alivio que debió suponerle el poder apartarse para adoptar una vida mucho más discreta y alejada de la corte.
Dirigí mis pasos hacia la discreta escalera que ascendía a la zona donde se encontraban los apartados aposentos de la antigua reina Deedra. Ella era la única aliada con la que podía contar en aquellos momentos, una voz que mi padre no ignoraría y a la que mi madre no podría oponerse por la ligera influencia que tenía sobre el rey en ciertos aspectos.
Mi abuela era mi única opción si quería tener una mínima oportunidad para cambiar los planes que mis padres habían reservado para mí.
Ascendí los escalones con premura, alcanzando un corredor vacío... a excepción de los tapices y retratos que colgaban de las paredes. Al fondo, dos puertas elegantemente grabadas por imágenes de bosques y un par de guivernos con las alas extendidas me esperaban; al otro lado encontraría a la Reina Madre y podría pedir su ayuda.
Aceleré el paso de manera inconsciente, sintiendo cómo los latidos de mi corazón también duplicaban su ritmo normal. Era la primera vez en mucho tiempo que me aventuraba a subir hasta allí arriba, sin la compañía de mi padre o, en contadas ocasiones, de mi madre; el aire pareció enfriarse cuando logré alcanzar las gruesas puertas labradas y la seguridad que había reunido al dirigirme hacia aquel lugar parecía haber disminuido.
Tardé unos segundos en hacer que mis nudillos golpearan una de las hojas, notando cómo aquel sonido rebotaba contra las paredes de piedra. Transcurrieron algunos más hasta que oí el picaporte accionándose, haciendo que la puerta se deslizara sobre el suelo y me permitiera ver a una de las doncellas que estaban a cargo de la Reina Madre.
La mujer pestañeó al encontrarme al otro lado, delatando su sorpresa por mi repentina visita.
—Estoy aquí para ver a la reina Deedra —anuncié con voz firme—. Avisadle de que la Dama de Invierno requiere una audiencia.
La doncella pestañeó de nuevo antes de cerrar la puerta con suavidad para llevar mi petición ante la Reina Madre. Me abracé a mí misma para intentar protegerme de las bajas temperaturas que imperaban en aquella zona del pasillo y que parecían provenir de los mismos aposentos de la antigua reina; mi magia se agitó en lo más profundo de mi ser, confirmando mis sospechas: aquel frío no era natural, sino producto de algún sortilegio que mantenía la reina Deedra en aquel lugar.
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DAMA DE INVIERNO | LAS DOS CORONAS ❄ 1 |
FantasySu destino fue escrito como una tragedia. Mab nunca tuvo una vida fácil, en especial cuando su padre la nombró heredera y futura reina de la Corte de Invierno. Siempre bajo la inquisitiva mirada de aquéllos que no creían que fuera una opción apta pa...