| ❄ | Capítulo treinta y seis

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Durante unos segundos no supe cómo reaccionar. ¿Habían encontrado a una joven lo suficientemente apta para soportar al Caballero de Verano? ¿O quizá había sido la dulce promesa de convertirse en reina lo que habría convencido a la pobre desgraciada para aceptar aquel compromiso... a la persona con la que algún día tendría que unirse en un vínculo que la ataría de por vida? La humillación sufrida tantos años atrás en la Corte de Otoño me había mantenido alejada del camino del pretencioso príncipe Oberón, como un animal que prefería lamerse sus heridas en secreto; en las ocasiones en las que no había podido escabullirme de viajar junto a mis padres para asistir a las siguientes ediciones del Torneo de las Cuatro Cortes me había limitado a moverme por los círculos en los que sabía que no existía la más mínima posibilidad de coincidir con él... o con su inseparable compañero, el Caballero de Primavera.

Pero lo había logrado, más o menos: no había habido ningún encuentro, casual o no, entre nosotros desde aquel día.

Mis labios se torcieron en una mueca al pensar en la flamante nueva prometida del príncipe de Verano.

—Voro y Muirne están muy emocionados —apuntó la reina y algo dentro de mí se iluminó al comprender que estaba pensando en el príncipe equivocado. Habían pasado años desde aquel primer viaje a la Corte de Verano, donde el hijo menor del rey, en aquel entonces apenas era un niño, se había comprometido por amor y lo había anunciado con orgullo al resto de cortes.

Golpeé rítmicamente la mesa con mis dedos. Apenas guardaba recuerdos de la ocasión, del tiempo que pasamos como invitados de los monarcas de Verano, a excepción de cierto acontecimiento que aún permanecía en mi mente, apartado en un discreto rincón; fruncí el ceño mientras forzaba a mi memoria a rescatar esos viejos recuerdos. Según tenía entendido, el príncipe apenas había participado en los actos en los que coincidían las cortes debido a su repentino —e inesperado— interés por el mundo militar, por lo que siempre había estado ausente debido a su continua instrucción. Me pregunté cómo habría sido para ambos, tanto para Muirne como para Voro, el sobrellevar aquella larga relación sin verse con tanta asiduidad.

Y si eso no los habría convertido en casi desconocidos, resintiendo aquella unión con el riesgo de poner punto y final al compromiso.

—Vanora tiene intenciones de que sea una celebración prolongada —cuando mi madre volvió a hablar me obligué a abandonar mis pensamientos y a prestar atención, casi sintiendo las náuseas retorciéndose en mi estómago—. No quiero imaginarme lo que habrá planeado para el momento en que su primogénito decida seguir los mismos pasos que su hermano menor...

Contuve una mueca de desagrado ante la idea de la futura —y todavía pendiente— unión del Caballero de Verano. En aquellos años que habían transcurrido desde aquella agitada visita a la Corte de Otoño, y siempre manteniendo una prudente distancia, había observado al príncipe: al contrario que Voro, optó por cumplir con los años estipulados por su padre en la instrucción militar para después reintegrarse en la vida de la corte, disfrutando de su posición como príncipe heredero. La atención que siempre suscitaba entre el género femenino, en su mayoría, no había hecho más que aumentar el ego que parecía haber ganado desde la última vez que nuestros caminos se cruzaron; tanto Oberón como Kalimac solían rodearse de su generoso grupo de admiradoras, satisfechos con el interés que generaban y que no hacía más que hacer crecer e hinchar sus pechos con orgullo.

El incómodo encuentro que habíamos compartido Oberón y yo después de que Airgetlam hiciera uso de sus viperinas habilidades había sido disuasión suficiente para esquivarlo hábilmente: durante los Torneos en los que no había encontrado una excusa lo suficientemente buena que me permitiera permanecer en la Corte de Invierno me limitaba a moverme por círculos en los que intuía que las posibilidades de un reencuentro serían inexistentes... o casi. En las —contadas— ocasiones en las que no había podido evitarlo, mi fría y educada indiferencia había sido una endeble coraza contra la suya.

DAMA DE INVIERNO | LAS DOS CORONAS ❄ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora