| ❄ | Capítulo siete

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Dejé en manos de mi madre los preparativos para la Corte de Otoño y me limité a fingir delante de mis damas de compañía que compartía con ellas el entusiasmo por aquel viaje. Sin embargo, la promesa de la Reina Madre a echarme una mano no se desvanecía de mi mente, en especial cuando me encontraba con mis padres y me preguntaba si serviría de algo.

La reina Deedra ya no era la misma mujer que en el pasado. Los años que habían transcurrido habían hecho mella en ella; su decisión a permanecer encerrada en sus aposentos había levantado una agitada oleada de rumores sobre ello. También su credibilidad se vio afectada debido a las historias que corrían sobre la antigua reina atrapada en su torre.

Apenas restaban unos días hasta el momento de la partida y todo el castillo bullía de excitación por la travesía que nos deparaba. Mi padre había estado enclaustrado en su despacho, enviando y recibiendo mensajeros, mientras planificaba nuestra travesía hasta la Corte de Otoño; mi madre se encargaba de mi guardarropa, ajustándolo a la moda que imperaba en nuestra corte vecina para no ofender a sus anfitriones.

El único consuelo que encontré mientras el sastre confeccionaba una ristra de nuevos vestidos para la ocasión fue que la ropa no era tan reveladora como la que tuve que llevar en la Corte de Verano. Y que sus colores no eran tan llamativos, lo que hacía más fácil las cosas.

—Sé lo que estás tramando, Mab.

La voz de mi madre me distrajo de mi pesada lectura, un volumen de grandes proporciones sobre la Corte de Otoño, y recomendación —aunque en realidad sonó a orden— por parte del maestro Aen. Alcé la mirada de las páginas y la clavé en el rostro de la reina, cuyos ojos todavía permanecían atentos a la carta que estaba terminando de redactar en el escritorio con el que contaba la sala donde siempre nos reuníamos. ¿Me habría descubierto escondiendo algunos de mis nuevos vestidos...? Quizá hubiera sabido que faltaban baúles donde meter todo mi equipaje, complicándoles un poco la tarea a mis doncellas debido al poco espacio con el que contaban para conseguir que todo mi nuevo guardarropa cupiera.

Pestañeé con inocencia.

—¿Fingir que he cumplido con mis deberes, aunque no haya terminado de leerme los capítulos que el maestro Aen me exigió que leyera como preparación para nuestro viaje? —tanteé, sabiendo que mi madre no caería en la trampa.

Una de las comisuras del labio superior de la reina se crispó, delatando su molestia por mi comentario de broma.

—Acudir a la Reina Madre para entorpecer el asunto de tu futuro compromiso —replicó.

Mi abuela afirmó que parte del servicio que se encargaba de cuidar de ella informaba a mi madre sobre cada uno de sus movimientos, aunque ella contara con un nutrido grupo de espías que estuvieran únicamente bajo su control; era evidente que la antigua reina estaba en lo cierto. ¿Desde cuándo estaría al tanto de mi visita a los aposentos de la Reina Madre?

Pese a saber sobre mi encuentro con la antigua reina, no parecía estar al tanto de mis verdaderos motivos que me empujaron a acudir para obtener su ayuda: ella creía que había decidido ir con el cuento a la Reina Madre para esquivar mi responsabilidad, la de encontrar un pretendiente que pudiera ocupar mi lugar una vez fuéramos coronados como monarcas de la Corte de Invierno.

—No estoy entorpeciendo nada —la corregí con frialdad.

La pluma que mi madre sostenía se detuvo en el aire, a unos centímetros de distancia de su carta inacabada, mientras sus ojos por fin se apartaban de la misiva para clavarse en los míos con un brillo claramente molesto.

—Explícame entonces por qué ha insistido tanto en reunirse con su padre, alegando tener que tratar un asunto de vital importancia con él —hizo una pausa—. Explícame entonces por qué te vieron acudir a sus aposentos antes de que empezara a exigir una reunión, después de tanto tiempo metida en sus propios asuntos.

DAMA DE INVIERNO | LAS DOS CORONAS ❄ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora