| ❄ | Capítulo catorce

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Aquel portazo no quiso desvanecerse de mi mente por mucho empeño que pusiera por eliminarlo. El príncipe de Verano no había dicho ni una sola palabra respecto a mi disculpa, simplemente se había limitado a preguntar «¿Eso es todo, Dama de Invierno?» antes de poner fin a mi patético y burdo intento de conciliación de ese modo tan inesperado y brusco.

El calor de la vergüenza y el enfado me espolearon a poner distancia con mayor rapidez, alejándome de aquella puerta y el rechazo que había sufrido, la humillación que había sentido al ver cómo la hoja se cerraba delante de mis narices, dejando la maldita —e inocente— pregunta flotando en el espacio que había habido entre los dos. Dejándome a al otro lado, con una expresión de absoluto desconcierto; sin saber tan siquiera qué hacer a continuación. Sin saber si debía aporrear su puerta una vez más o retirarme con el rabo entre las piernas, reconociendo la derrota.

Cerré los puños contra mis costados por pura frustración mientras daba más brío a mis propios pasos, rumiando en privado mi deshonroso bochorno. Mi plan de convencer a Oberón, de hacer que estuviera de mi parte, no había dado resultado; por los malditos elementos, ¡en todo caso lo único que había conseguido era darle a ese malnacido una jocosa anécdota que compartir con su pedante amigo, el Caballero de Primavera!

Sentí un nudo formándose en mitad de mi garganta, impidiéndome poder respirar con normalidad. Las comisuras de mis ojos empezaron a escocerme unos segundos después, producto del caos de sentimientos que se agitaban en mi interior; mi esperanza —mi única esperanza— de poder librarme de Airgetlam y su amenaza había terminado hecha añicos con aquel portazo, con la indiferencia que había mostrado el príncipe de Verano después de que hubiera acudido hasta allí, arriesgándome a que alguien pudiera verme, con el único propósito de alcanzar una tregua con él.

Agradecí para mis adentros reconocer aquellos pasillos, que conducían al ala donde el rey de Otoño había decidido instalar a mi familia y al numeroso séquito que nos había acompañado hasta su corte. De manera mecánica dirigí mis pasos hacia el dormitorio de Nicéfora; necesitaba compartir mi fracaso con mi amiga.

La necesitaba.

Nif me recibió con una expresión circunspecta, quizá alertada por mi propio gesto

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Nif me recibió con una expresión circunspecta, quizá alertada por mi propio gesto. Sin esperar a que le preguntara si me dejaba pasar, tiró con suavidad de la manga de mi vestido para hacerme cruzar el umbral de su dormitorio y guiarme hacia uno de sus cómodos divanes frente a la pequeña chimenea con la que contaba la habitación; tardé unos segundos en deshacer lo suficiente el nudo que tenía instalado en la garganta para poder hablar y explicarle lo mal que había salido todo.

Mi amiga se limitó a guardar silencio, escuchándome con atención y brindándome el apoyo que ansiaba en aquel instante mientras sentía cómo la humillación de Oberón me lastimaba mucho más que lo sucedido años atrás, durante la fiesta de compromiso de su hermano menor.

—Fui sincera con él —balbuceé, conmocionada.

Había reconocido el error que cometí frente a Oberón, había admitido no haber actuado del mejor modo... Maldita sea, había mostrado una parte vulnerable de mi persona ante él, un completo desconocido. Un rival, incluso. ¿Y para qué había servido todo ese despliegue de bondad, de buena intención...?

DAMA DE INVIERNO | LAS DOS CORONAS ❄ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora