| ❄ | Capítulo ocho

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Observé a mi doncella cerrar el último baúl, haciendo que el nudo de mi estómago se estrechara aún más. Había llegado el tan temido día de la partida y la excitación por el viaje se había extendido por todo el castillo como la peor de las enfermedades: mis doncellas no habían dejado de parlotear entre susurros mientras terminaban de preparar lo que restaba de mi equipaje; mis damas de compañía, incluyendo a Nicéfora, también estaban entusiasmadas ante la perspectiva de conocer a nuestra corte vecina... y yo no era capaz de compartir ese éxtasis que alimentaba la generosa imaginación de todas ellas.

La conversación, y posterior acuerdo, que había tenido con mi madre sobre algunas de mis responsabilidades seguía dando vueltas dentro de mi cabeza, tal y como llevaba haciéndolo desde hacía días. Le había prometido a la reina mi compromiso con la causa, el no interponerme a la hora de llevar a cabo aquella importante decisión para mi futuro, si me permitía formar parte del proceso: yo también tendría voz a la hora de elegir a mi futuro esposo.

Y elegiría al que se adecuara más a mis planes, aquel que no fuera un obstáculo para mi ascenso al trono.

—Cuidado, Mab —canturreó Nif, haciendo que saliera de mi ensimismamiento—, desbordas tanto entusiasmo como un tierno carnero en un nido de guivernos.

Una sonrisa renuente se formó en mis labios al escuchar la broma de mi amiga. Aunque le había explicado sin mucho detalle lo sucedido años atrás, las palabras insidiosas de los dos príncipes herederos de la Corte Seelie; al mostrar mi renuencia a viajar, sabiendo que habría un nuevo encuentro con todos los monarcas, Nicéfora no tardó en atar cabos, sospechando qué era lo que me producía tanto rechazo respecto a aquella larga travesía que nos esperaba a la Corte de Otoño.

Sin embargo, había dado mi palabra y no pensaba romper mi promesa por temores pueriles.

—Alteza —Berinde, bendita fuera, interrumpió justo a tiempo—, el carruaje nos espera abajo.

Había estado tan perdida en mis propios pensamientos sobre mi pasado y mi futuro que no había sido consciente de cómo los mozos se habían encargado de ir bajando la multitud de baúles que mis doncellas habían preparado para los días que estuviésemos lejos de casa. Mis damas de compañía, incluso, ya estaban cerca de la puerta, impacientes por dejar atrás mis aposentos y bajar hasta el vestíbulo, donde estarían esperándonos para ocupar mi propio carruaje. Mis padres viajarían en uno separado, una decisión que radicaba en proteger la línea de sangre en caso de que hubiera algún atentado.

Me puse en pie y alisé mi vestido, de color pizarra, antes de dedicarle un asentimiento a Berinde y anunciar que había llegado el tan esperado momento de la partida. Nicéfora y mi doncella se mantuvieron a mi lado mientras el resto de mis damas de compañía abrían la marcha y el grupo de sirvientas que vendrían conmigo para atenderme cerraban mi propia comitiva.

Los nobles que no tuvieron la suerte de acompañarnos nos siguieron con la mirada mientras nos dirigíamos hacia el patio delantero. Allí ya nos esperaban mis padres y su generoso grupo, incluyendo los guardias que nos escoltarían y velarían por nuestra seguridad; el rey estaba repartiendo algunas órdenes mientras que la reina supervisaba cómo cargaban los últimos baúles que quedaban a los pies de la carroza donde viajarían.

Mi madre no tardó mucho en darse cuenta de mi presencia en las escaleras.

—Ah, Mab —su voz me llegó a través de la distancia—. Date prisa, querida: llevamos retraso.

 Date prisa, querida: llevamos retraso

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DAMA DE INVIERNO | LAS DOS CORONAS ❄ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora