Capítulo 1

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—Señorita González, esta es su clase —anunció el director cuando llegaron enfrente de un aula—. Puede pasar.

—Vale, muchas gracias —respondió sin ninguna expresión facial. Abrió la puerta, llamando la atención de todos los presentes.

—¿Diana González? —preguntó la profesora y Diana asintió— Siéntate al lado de Emma.

La nombrada levantó el brazo, dándole a saber que tenía que sentarse a su lado. La clase volvió a la normalidad, la profe explicando los verbos de inglés y traduciendo dudas, mitad clase atendiendo y la otra mitad haciendo en tonto. Pero volvamos con nuestra primera protagonista y su compañera. Emma Sanchez.

Emma, una chica con pelo rubio oscuro, ojos azules, rasgos faciales muy definidos, y como varios chicos y chicas le dicen, toda una zorra. 

Emma tuvo relaciones íntimas con un chico que le gustaba, pero ella a él no le gustaba, y le contó a todos lo que había pasado. Básicamente fue de boca en boca. Pero, ¿por tener relaciones con la persona que te mola es ser una zorra? La respuesta es claramente que no.

Sigamos con Diana, que estaba demasiado metida en su mente como para prestarle atención al resto. Bueno, más específicamente estaba pensando en un día. El día en que su  larga y estimada paciencia decidió no aparecer, dando paso a sus impulsos. Pero ya hablaremos de eso a lo largo de la historia.

La clase de inglés había llegado a su fin, y Emma giró su cabeza hacia la nueva, pero la vista de esta bajó a los nudillos de Diana, donde había varias heridas, bastante notables para ser ciertos. Ignorando ese hecho, la miró sonriendo.

—Hola, soy Emma —se presentó aún con una sonrisa en el rostro—. Me gustaría llevarme contigo. 

—Diana, un gusto —contestó, también con una sonrisa.

—Ven, te voy a presentar hasta que venga el profesor de física y química. 

A Diana no le dio tiempo responder cuando Emma ya le estaba estirando del brazo para presentarla. Primero la acercó a una chica pelirroja, y bastante guapa para su opinión.

—Diana, ella es Olivia, mi mejor amiga —las presentó, Diana sonrió amable y subió uno de sus brazos a su nuca, rascándose. Era un tic que solía tener muy a menudo.

—Un gusto —habló Olivia, dándole dos besos. Una manera que tenía Olivia de saludar a todo el mundo.

—Lo mismo digo —murmuró sonriendo.

—Genial, ahora vamos con mi primo —dijo, volviendo a estirar de Diana.


Diana salió del instituto, y esperó a su hermano fuera para volver los dos a casa. Cuando el azabache salió, ambos se fueron a casa, agotados en su primer día de clases. Genial, aún les quedaban más de 200 días.

Al llegar a casa, los dos fueron a sus habitaciones y dejaron la mochila ahí, volvieron a la cocina en silencio para comer. Porque en esa casa siempre era todo en silencio, se comía en silencio, se cenaba en silencio, se lloraba en silencio, se desayunaba en silencio, todo se hacía en silencio, y ese silencio ahogaba a Diana. 

Ambos hermanos se sentaron en la mesa, y sin rechistar, empezaron a comer. Diana no tenía hambre, al salir del instituto habían parado en un kiosko y se había comprado una bolsa de papadeltas, así que de hambre tenía poco y nada.

—Come —ordenó Irene, la madre de Diana y Lucas.

—No tengo hambre —respondió mirando el plato.

—Nunca tienes hambre —se quejó—. Come.

—No —se negó.

—Que comas.

—Que no tengo hambre, joder.

—Me da igual que no tengas hambre —contestó irritada del comportamiento de la adolescente—. Ya estoy harta de tu comportamiento de niña insolente. 

Diana sin pensarlo dos veces, se levantó y se encerró en su habitación. Echó el pestillo y puso un CD con el volumen algo alto, callando los gritos de su madre con la voz de Melendi.

Después de ese acto le esperaba un castigo, y lo sabía.

Mi perfecta perdición ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora