Capítulo 41

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—¿De qué querías hablar conmigo? —preguntó la castaña balanceándose en el columpio.

—Realmente no era de nada —confesó haciendo lo mismo que su novia—. Era una excusa para pasar tiempo contigo.

—Pero no excusas que poner tienes —Diana paró de balancearse procesando lo que acababa de decir—. El orden de los factores no altera el producto.

—Para nada —dijo sarcástica la pelirroja mientras Diana se reía.

Se formó un silencio en el cual solo se escuchaban los columpios chirriar.

—Olivia —la nombrada la miró—, ¿te has dado cuenta que nuestros nombres son canciones de One Direction?

—¿Ahora te das cuenta?

—Sí.

—Yo me di cuenta cuando empezamos a hablar, me aburría y me puse a escuchar a los wandi, entonces me salió Diana y me acordé de ti, y luego me di cuenta que había otra canción con mi nombre —ambas soltaron una risa.

Y volvieron al silencio, bañadas por la luz de la luna, siendo contempladas por las estrellas y todas sus constelaciones.

Diana se bajó del columpio, tumbandose en el pasto y mirando el cielo. Era realmente precioso. Olivia la miró sonriendo, realizando la misma acción que la castaña, pero en vez de mirar el cielo, miraba más a Diana.

—Esa es la osa mayor —murmuró, señalandola con la mano.

—Ya la veo, la menor tiene que estar hacia ahí, ¿no? —Diana asintió, buscándola, hasta que la encontró, para terminar sonriendo.

Al momento de estar en silencio, a Diana le entró una llamada de su padre, respondiendo con tranquilidad.

—Dime —murmuró al responder la llamada.

—¿Cómo estás? —preguntó, se escuchaba de fondo el ruido del coche, por lo que intuyó que estaba conduciendo.

—Genial, ¿por?

—Por nada. ¿Sabes? Estoy de camino al pueblo —comentó con una sonrisa mirando la carretera.

—¿Enserio? —preguntó Diana con emoción— Te va a tocar dormir con Lucas, ya que Anna vino con Lucas, no sé cómo, pero bueno.

—Quizás fueron en polvos flu, o con la puerta de Doraemon —se rio Leonardo, causando una leve risa en Diana.

—¿Sobre cuándo llegarás?

—Sobre las 6 de la mañana, seguramente.

—Pues te dejo conducir, te queda una larga madrugada —comentó Diana despidiéndose de su padre.

Ambas adolescentes se miraron sonriendo. Diana porque sabía que lo había escuchado todo, y Olivia porque le gustaba estar con Diana.

—¿Por qué sonríes? —le preguntó la castaña con nervios.

—¿Por qué no?

—¿Por qué sí? —Olivia rodó los ojos aún sin dejar de sonreír.

Y de vuelta a ese silencio, en el que Olivia posicionó su mano en la mejilla de Diana, causándole mariposas en el estómago. La castaña cerró los ojos, subiendo su mano a la de la pelirroja, sonriendo por las caricias.

Diana volvió a abrir los ojos, encontrándose con los verdes de Olivia, junto a una pequeña sonrisa, una que se le hizo muy tierna.

—Me gustan tus ojos —susurró la castaña pasándole un mechón detrás de la oreja.

Mi perfecta perdición ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora