Capítulo 43

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—¡Lucas, deja la paja que me quiero duchar! —gritó la castaña aporreando la puerta— ¡Lucas en serio, sal ya!

—Diana, paciencia —le dijo su padre entrando a la cocina, saludando a Anna, que estaba en una silla riéndose de la desesperación de Diana.

—Papá, ¿cómo quieres que tenga paciencia? Si tu hijo tarda siete años en ducharse —se quejó, volviendo a golpear la puerta—. ¡Lucas!

—¡Cállate! ¡Ya voy! —habló el chico desde el otro lado de la puerta. Cuando salió miró mal a su hermana.

—¡Por fin!

—Desesperada de mierda.

—Inútil unineouronal —respondió encerrándose ahora ella en el baño. Conectando la música y poniéndole todo el volumen existente.

—Diana no es normal —comentó Anna riendo.

—Y así se ganó nuestro amor —respondió Leonardo empezando a lavar los platos.

—Si, pero dadle paciencia, porque no tiene —comentó Lucas ofendido.

—Oh, Lukitas se ofendió —dijo Anna riendo.

—Eres cruel.

—Pero poco.

—¿Y Diana? —preguntó Olivia entrando en la cocina.

—¿No has oído a la loca gritarme que salga del baño? —preguntó Lucas sorprendido.

—No.

—Pues está en el baño, en media hora saldrá, porque —Lucas fue interrumpido por Diana gritando una canción— Ay la loca —susurró, poniéndose la mano en la cara.

—Jódeme, ¿es Diana? —preguntó Emma asomando la cabeza por las escaleras. Anna estaba ya roja de la risa.

—Sí, es la loca de Diana —respondió Lucas mirando con terror la puerta del baño—. ¡Cómo sigas gritando así se aparecerá satanás!

—¡Pues ahí te agarre de las patas mientras duermes y te lleve al inframundo! ¡Chupa charcos! —Lucas abrió la boca ofendido.

—¡Sinvergüenza!

—¡Búscate una novia y cállate! ¡No te quiere ni mi gata!

—Pero, será

—Ya —finalizó Leonardo—. ¡Diana, ya basta!

—¡Perdón, papá! —gritó, y Lucas se cruzó de brazos.

—Anna, ¿estás bien? —todos miraron a la rubia que estaba muriéndose de la risa, agarrándose el estómago con una mano, y la cabeza sobre su brazo en la mesa. Justo en ese momento salió Diana del baño frotándose el pelo con una toalla.

—Hostia, que se me muere la rubia —habló mirando a su mejor amiga, luego miró a su hermano seguido de sacarle la lengua.

—Eres una

—Lucas, ya —avisó su padre con una mirada de reproche—. Y Diana, tú también.

—Pero, ¿yo qué he hecho? —preguntó con dramatismo en su voz.

Lucas iba a decir algo, pero Leonardo se puso en medio de los dos, dándole una mirada a ambos, Diana suspiró y se fue a su cuarto, Lucas imitó su acción, pero enfadado con su hermana.

—Anna, ¿respiras? —la rubia asintió después de dejar de reír, miró a todos y se fue al cuarto con Diana.

—Mi amor —cantó la rubia entrando, viendo a su mejor amiga con la capucha puesta, abrazando sus piernas y hecha bola en la cama—. ¿Quieres hablar?

—No.

Anna asintió mientras se sentaba a su lado, empezando a pasar su mano por la espalda de la castaña. Con intención de tranquilizarla.

La de ojos verdes se sentó, aún abrazando sus piernas, apoyando el mentón en las rodillas. Viendo cómo Anna siempre estaba con ella en todos sus momentos de mierda, y que a pesar de conocer su forma de ser, su personalidad intensa, sus bajones y sus malos ratos, se había quedado a su lado. Y eso lo apreciaba muchísimo.

—Gracias por estar siempre a mi lado —murmuró, girando la vista a la rubia.

—Te hice una promesa, ¿no? Siempre a tu lado. Además, eres mi mejor amiga y te quiero —Diana sonrió con los ojos llenos de lágrimas.

Anna abrió los brazos, y Diana se lanzó a ello. La rubia teniendo un déjà vu de cuando eran pequeñas, y Diana se lanzaba siempre a sus brazos.

Sin duda, había cambiado. Diana había dejado de demostrar tan seguido sus sentimientos, había dejado de llorar en público, muchas veces hasta había dejado de sonreír, de reír. Y todo fue culpa de Irene, la madre de Diana. Empezó a comparar a la niña con su hermano, a decirle que no era suficiente y a juzgar todas las cosas que hacía. ¿Diana acababa de hacer un dibujo en el cual se había esforzado muchísimo? Irene le decía que estaba muy mal hecho y que no llegaría a nada con eso. ¿Diana había hecho un cuento y se lo enseñaba feliz? Le decía que no tenía sentido, que era basura y nadie leería eso.

Pero Diana nunca se rindió. Siempre iba a su madre a contarle todo. Siempre muy emocionada, siempre feliz. Siempre con una sonrisa, esperando un estoy orgullosa de ti, hija. Una simple frase, una oración, algo que jamás llegó a escuchar de su madre. Algo que la rompió por dentro, y empezó a sentirse un desastre que no sabía hacer nada.

—¿Crees que esté decepcionado de mí? —preguntó en voz baja, aún abrazada a Anna.

—¿Tu padre? Él es el primero en alegrarse por cada cosa que haces. No, sin duda no está decepcionado de ti —Diana se aferró a la rubia—. Diana, eres maravillosa, nunca lo olvides. Eres la mejor persona que he conocido. Esto es solo una mala etapa, y yo sé que saldrás de esta mierda, y yo voy a estar a tu lado para darte la mano cada vez que te caigas.

Y el primer sollozo abandonó los labios de la castaña, seguido de un segundo, y después varias lágrimas.

La castaña, después de llorar, terminó durmiéndose. Anna salió de la habitación con cuidado, encontrándose con la mirada de Leonardo. El adulto levantó las cejas, Anna sonrió con tristeza y levantó los hombros, en señal de que era lo de siempre. La rubia llevó la vista al sofá, viendo a las dos chicas viendo un documental de Taylor Swift. Anna sonrió y se sentó al lado de Emma.

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Estoy en un bloqueo escritor que d verdad QUE ASCO, ahg, odio todo.

Bueno, espero q estéis genial, mañana por la tarde os subiré el 44, un besazo<3

Mi perfecta perdición ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora