Capítulo 6

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Diana se había ido a comprar el pan a la tienda que estaba cerca de donde vivía. Iba a paso rápido porque la comida ya casi estaba, o eso le había dicho su madre. Cuando salió de la tienda con la bolsa de pan, se encontró a un pequeño gatito mirándola.

—Hola pequeño —se arrodillo y el gato se acercó a ella—. ¿Tienes hambre? —miró la bolsa de pan y luego al gato— Me van a matar por esto, pero en fin —arrancó un trozo de pan y se lo dio al gato—. Ahora, cosita, yo me voy a mi casa.

Antes de irse le acarició la cabeza. Diana se levantó y empezó a caminar hacia su casa, pero de reojo vio al pequeño gatito siguiéndola, Diana soltó una leve risa mientras seguía caminando, sabía que tendría que quedarse al gato, porque ella no podría dejar a un animal que la ha seguido fuera.

Llegó y sacó las llaves, abrió la puerta y se quedó esperando a que el gato pasara, al ver que no pasaba lo cogió, y de paso miro si de verdad era macho o hembra.

—Pues resulta que no eres gatito, eres gatita —la pequeña gata sacó la lengua, haciendo reír a Diana.

La castaña empezó a subir las escaleras hasta el tercer piso, que es donde vive, y abrió la puerta.

—Ya he llegado —anunció cerrando la puerta. Se acercó a la cocina y asomó la cabeza.

—¿Qué haces? —preguntó su hermano en un susurro desde su espalda, asustando a Diana.

—Gilipollas, no me asustes —contestó de la misma forma. Luego miró por la casa antes de sacar del bolsillo una gatita negra con una mancha blanca en la nariz—. Me ha seguido todo el camino y tú ya sabes como soy, no podía dejarla sola.

—Mamá te va a matar —Lucas suspiró—. Dame a la gata, la voy a esconder en tú habitación, tu deja el pan en la cocina.

Diana asintió entregándole la gata, después, entró en la cocina y dejó el pan en la barra.

—Recemos y que no se entere —murmuró Diana saliendo de la cocina.

Diana estaba corriendo por la calle, apunto de llegar tarde a clases. Se había entretenido escondiendo a la gata en su habitación y su hermano no la había esperado. Cuando llegó al instituto, corrió hasta el tercer piso y entró en clase antes que el profesor, el cual entró después de ella. Se sentó y se puso a atender a la explicación del profesor, pero al segundo ya estaba pensando en otras cosas.

A mitad de clase, aproximadamente, llamaron a la puerta.

—¿Diana González? —preguntó.

—Sí, yo —respondió Diana, confundida.

—Abajo te esperan, quieren hablar contigo, no hace falta que recojas nada —Diana asintió y salió de clase, siguiendo al conserje.

Al llegar abajo, casi le da un infarto. La que quería hablar con ella, era su madre, y no esperaba que fuera algo bueno. También estaba su hermano. Diana, a paso lento, se acercó.

—¿Ocurre algo? —preguntó la castaña.

—Vuestro padre está en el hospital con vuestro abuelo, le ha dado un bajón de azúcar fuerte —comentó, Diana abrió la boca para hablar, pero su madre continuó—. No se sabe cuánto tiempo estará ahí, y os aviso para que, al llegar a casa, pidáis algo para comer o hagáis algo, pero con cuidado. Yo ahora iré al hospital a estar con vuestro padre.

—Avísanos de cualquier cosa —proclamó Lucas, de brazos cruzados—. No quiero que le pase nada al abuelo.

—Lo haré, ahora volved a clase —ambos hermanos asintieron y fueron hacia las escaleras.

—¿Crees que sea verdad? —preguntó Diana, con el ceño fruncido.

—Sí, pero no creo que sea toda la verdad —replicó el azabache—. Siento que no nos lo ha dicho todo.

—Joder —murmuró la castaña, dándole una patada al aire—. ¿Dónde tienes tu clase? —preguntó, cambiando el tema.

—En la 304 —respondió.

—Estoy al lado —le sonrió, causando una carcajada en su hermano.

Mi perfecta perdición ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora