Capítulo 8

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—Emma, mira —la castaña le enseñó un dibujo mal hecho del profesor de música. La rubia soltó una leve risa.

—Ahora lo dibujo yo —murmuró, y en una hoja reutilizable de su libreta, empezó a dibujarlo—. Mira.

Diana lo miró y no pudo evitar soltar una carcajada, llamando la atención de todos en la clase, incluido el profesor.

—Emma, Diana, ¿por qué no nos contáis a todos que es tan gracioso?

—No es necesario, profe —respondió Diana, sonriendo y guardando el dibujo

—Insisto, decirnos qué es tan gracioso —El profesor entrelazó las manos encima de su mesa con una mirada muy poco amigable.

—Y yo insisto en no contarlo —Emma se rio de como Diana intentaba esconder los dibujos.

—Pues, señorita Sánchez, dímelo usted.

—No hace falta, señor Quesada.

—Pues se van a ir a guardia las dos —comentó sacando un papel y empezando a escribir.

—Pero, profesor, no hemos hecho nada —habló Emma.

—¿Queréis iros también con una parte?

—Muchas gracias por la oferta, profe, pero no hace falta —murmuró Diana sonriendo.

Exteriormente, todos estaban serios, pero interiormente todos le agradecían a Diana y a Emma tener esa pequeña discusión con el profesor.

—Diana, caguemos —le susurró Emma.

—Pero caguemos mucho —susurró de la misma forma.

—Olivia, acompáñalas a guardia —Diana y Emma se miraron sonriendo. Olivia no era la mejor opción para que las llevase de forma responsable a guardia.

Las dos problemáticas salieron del aula siguiendo a Olivia como si fueran dos patitos siguiendo a su madre.

—Emma, si le doy a Olivia con una taquilla en la cabeza y nos fugamos, ¿terminamos en prisión o muertas por Olivia? —preguntó en un susurro.

—Muertas por Olivia, no tengo pruebas pero tampoco dudas.

—Olivia, mi pelirroja de confianza —la chica la miró—. ¿Y si en vez de llevarnos a guardia, nos damos una vuelta por ahí?

—No —respondió.

—Venga Olivia —insistió ahora Emma.

—¿Qué me dais a cambio? —preguntó, frenando de golpe y mirando a ambas.

—El tercer libro de el príncipe cruel —le dijo Diana, viendo como los ojos verde esmeralda de Olivia empezaban a tener un tenue brillo.

—Acepto —respondió Olivia sin pensarlo—. Pero hay que pasar por sitios donde no haya profes.

—Si no lo dices no me entero.

—Calla o os llevo a guardia.

—¿Y yo qué he hecho? —preguntó Emma desubicada.

—Hacer que te manden a guardia conmigo —le sonrió Diana.

—No me parece bien —contestó, cruzándose de brazos.

—Callaros las dos —susurró Olivia asomando la cabeza por el pasillo—. Vamos.

Las tres chicas caminaron hacia el patio. Salieron y se sentaron bajo el porche.

—¿Ahora que hacemos? —preguntó Olivia.

—Interrogar a Diana —contestó Emma mirando a la nombrada, que la miraba mal—. ¿Qué? Apenas te conocemos y a mi me gustaría conocerte, quiero decir, me caes muy bien pero no sabemos nada de ti.

—Por una vez en la vida, estoy de acuerdo con esta idiota —le sonrió a Emma antes de que le diera un leve golpe en la pierna.

—Pues venga, preguntadme, soy un libro abierto —comentó Diana sonriendo.

—¿Dónde naciste? —preguntó Emma.

—En Ottawa —respondió.

—¿Eso dónde está? —volvió a preguntar con el ceño fruncido.

—Inútil, Ottawa es la capital de Canadá —contestó Olivia dándole un golpe en la nuca.

—O sea, ¿Diana es de otro país? —hubo un silencio donde Diana y Olivia se miraban intentando no reír— Olvidad lo que he dicho.

—¿Cuánto tiempo estuviste viviendo allí? —preguntó ahora Olivia.

—Unos 5 años creo. No lo sé exacto, pero mi padre sí que es 100% de Canadá, yo no, mi madre es española —respondió, mirando sus pies, luego soltó una risa al recordar algo—. Me acabo de acordar de que, en unas Navidades que estuvimos en Canadá, estaba con unas amigas que tenía jugando a algo raro, no me acuerdo al que —Olivia y Emma ponían toda su atención en la castaña, que sonreía mirando sus pies, y eso hizo sonreír a Olivia—. Bueno, pues de repente se empezaron a escuchar golpes en la pared de madera, estábamos en una casita de madera que tenía una de ellas. Y de repente, un ciervo apareció rompiendo la pared —soltó una risa que contagió a las otras dos—. Fue gracioso porque nos tocó salir cagando hostias de ahí, y yo si no me caí más de 4 veces, no me caí ninguna.

—¿Patosa detectada? —preguntó Emma, riendo al imaginarse a Diana cayéndose porque un ciervo la seguía.

—Patosa detectada —confirmó Diana, riendo.

En una de todas las carcajadas, Diana miró a Olivia, la cual estaba riendo en voz baja. Diana sonrió, se veía muy guapa.

Mi perfecta perdición ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora