Capítulo 17

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—Esto es patético —se quejó la pelirroja rodando los ojos.

—¿Es patético que intente arreglar nuestros problemas? —preguntó Alex indignado.

—No, es patético que me estés echando en cara tus celos cuando no tienen sentido, y además los justifiques diciendo que son porque me quieres —gesticuló sin mirarlo—. Estoy harta de tu comportamiento infantil. No soy ni tu juguete, ni mucho menos tu pasatiempo.

—¿Me estás dejando? —Olivia asintió, cabizbaja— ¿Me estás jodiendo? Soy lo mejor que te ha pasado en la vida, sin mi no eres nada.

—Prefiero no ser nada, a ser infeliz contigo —contestó con lágrimas en los ojos mientras Alex soltaba una risa estúpida.

—Seguro es una de tus absurdas bromas y mañana volverás llorando diciendo que te arrepientes.

—Alex, no va a ser así —replicó con la voz rota la pelirroja—. No voy a volver a ti, esto es el final, el final de nuestra historia.

—Estás mintiendo —río el chico—. ¡Joder! ¡¿Y la promesa que me dijiste, diciendo que eras mía?!

—¡No soy ni tuya ni de nadie, Alex! ¡No soy un puto juguete que puedas usar cuando quieras!

—¡Deja de mentir! —la calló de un grito.

Olivia tenía miedo, mucho. Estaba harta de las mentiras y manipulaciones del chico, y quería terminar con ese sufrimiento, quería salir de ahí.

—Alex, quiero irme de aquí —el chico la miró incrédulo, pero la dejó irse, no le apetecía discutir.

Olivia, a paso rápido, fue a casa de Emma.

Al llegar tocó el timbre.

—¿Quién Olivia? ¿Qué ha pasado? Entra, mi madre está trabajando —la pelirroja entró mientras se limpiaba algunas lágrimas—. Voy a por un vaso de agua, ¿vale?

Olivia asintió, aún limpiando las lágrimas que caían por su rostro. Emma volvió con el vaso y se lo extendió a la pelirroja para que bebiera.

—Lo he dejado con Alex —susurró mirando sus pies. Otra lágrima cayó por su rostro y rápidamente la limpió.

Emma no dijo nada y la abrazó, feliz porque su amiga había salido de ahí, y triste porque no dejaba de llorar.

—Voy a por una cosa, ahora vuelvo —la pelirroja asintió limpiando de nuevo, con la manga de la sudadera, las lágrimas.

Al rato sonó el timbre, y Emma salió de la cocina para abrir.

—Está en el sofá —logró escuchar Olivia mientras miraba las historias de instagram.

—Mira quién ha llegado —habló la castaña entrando con un par de bolsas y sentándose al lado de la pelirroja—. Mira, no quiero que me des explicaciones de nada, quiero que estés cómoda y, si quieres llorar, hazlo, pero que sepas que tienes mi hombro para llorar en él.

Olivia asintió pasándose el antebrazo por los ojos y suspirando.

—Es que lo que más me jode, es que su única reacción a lo que le dije fue gritarme eres mía como si yo fuera un puto juguete —se quejó la pelirroja mirando sus manos, mientras que Diana estaba atenta a todo lo que Olivia dijera, y Emma estaba en la cocina haciendo algo de comer—. Es que hay que tener cojones, tío.

Ambas se quedaron en silencio, donde solo se miraban, hasta que la vista de ambas se desvió al móvil de la pelirroja, teniendo una llamada entrante de su ahora ex.

—No lo voy a coger —murmuró, mirando sus pies—. No quiero ni ir a casa.

—Podrías decirle a tu madre de quedarte a dormir aquí, o en mi casa, y apagar el móvil para no recibir nada del tío este, ¿cómo se llamaba? ¿Adrián? ¿Antonio? —Olivia soltó una leve risa mientras agarraba el teléfono para mandarle un mensaje a su madre.

—Sí me deja —respondió apagando el móvil.

—Genial —sonrío Diana, sin saber que decir.

—Es que, tío —suspiró frustrada, aún con alguna que otra lágrima.

Diana se acercó a Olivia y esta apoyó la cabeza en su hombro, mirando el suelo.

—Ya estoy harta de todo —murmuró, sonándose la nariz—. Yo soy la que sale mal, y él el que sale victorioso, echándome la culpa a mi, por supuesto —Diana notó el cuerpo de Olivia temblar y pasó su brazo por la espalda de esta, atrayéndola a ella y abrazándola—. Yo le quiero mucho, pero me hace demasiado daño —susurró con la voz rota, empezando a llorar de nuevo.

Diana no dijo nada, sabiendo que no sería apropiada su opinión en una relación ajena. Olivia pasó los brazos por el cuello de Diana, abrazándose a ella, sintiendo ese sentimiento de protección bajo los brazos cálidos de Diana.

A Diana se le rompía el corazón escuchar los sollozos de Olivia, le dolía demasiado el verla así, tan vulnerable. Pero estaría ahí para ella, como le gustaría a ella poder llorar sin miedo a que la señalen o la juzguen.

Al momento llegó Emma, llena de comida y dejando esta en la mesa. Se sentó al otro lado de Olivia y le acarició la espalda.

La rubia podía jurar que los ojos de Diana desprendían dolor y amor, podía ver perfectamente el dolor que sentía la castaña en esa situación.

Para Emma, todo el mundo era un libro abierto al verles a los ojos. Nació con ese don, y seguirá con él hasta sus últimos días.

Mi perfecta perdición ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora