Capítulo 45

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Feliz Navidad, zorritos!

¿Ya se han pasado a leer la historia de este año? Muero por ver sus reacciones y comentarios. Todavía quedan unos días para terminar el 2021, pero al menos ya puedo respirar en paz y decir que he logrado terminar ELDM. Nunca antes una historia me había tomado tanto tiempo, y admito eso me desanimó y me hizo dudar bastante algunas veces, pero estoy conforme con el resultado final. Ahora solo me falta editar todo antes de que lleguen a verlo!

Pero todavía tenemos para algunos sábados más de actualizaciones. ¿Qué piensan hasta el momento?

Como siempre, no se olviden de votar y comentar al final!

Xoxo,

Sofi

***

Takeo levantó la cabeza al sentir el cambio en el aire. Y, de haber sido más fiel creyente, habría pensado que se trataba de un susurro del mismo Tsukuyomi.

Algo era distinto. Algo estaba en peligro. Y muy en el fondo de su corazón, creyó saber el motivo. Entonces que los dioses lo ayudaran, porque quizás acababan de ser condenados a una guerra sin piedad.

—¿Takeo-kun? —susurró Yuki a su lado.

Ella alcanzó su mano, él no la sintió para nada. A su alrededor, nadie más parecía haber notado el cambio. Wessa seguía quejándose desde la cocina con sus experimentos, parloteos sobre cómo lo haría pagar si la metía en problemas. Ada estaba demasiado distraída con su propio teléfono jugando Candy Crush. Y Pip... La pequeña bruja no dejaba de estrujar su muñeca con fuerza, tanteándola como si se hubiera roto.

La puerta principal se abrió en aquel momento, y él creyó encontrar la respuesta. Casi suspiró de alivio al ver a su abuela, su fría expresión prometiéndole un castigo por no estar rezando como le había pedido. Y por ese instante, se sintió como un niño pequeño bajo su estricta tutela de nuevo.

Rai le siguió detrás, reclamando sobre cómo no la estaba escuchando, y Takeo solo pudo prepararse para lo peor. Si su secreto se sabía, entonces enfrentaría el castigo con el honor que pudiera juntar. Había defraudado al clan, profanado a su vidente, casi matado a Yuki por ello y provocado la furia de los Taiyo.

Cuando su abuela se detuvo frente a él, y le entregó su katana, casi esperó que le pidiera un harakiri. Salvo que no dijo palabra alguna, y Takeo solo pudo mirar el arma en sus manos sin comprender. No debería entregársela, no se suponía que pudiera portarla de nuevo de momento. Sus propias manos no se sentían estables al sostenerla.

—Sé un Feza —ordenó su abuela en japonés.

Cerró los ojos. Sabía cómo, y por qué. Su familia era quizás tan antigua como Japón mismo, retrocediendo hasta los orígenes de la magia en esa tierra. Y fueran leyendas, o deberes divinos, el propio delirio de Feza Akihiko, habían hecho un juramento con la luna como testigo. Había entrenado toda la vida para respetarlo, y demostrar que merecía su legado.

Miró a los ojos a su abuela, y asintió en silencio. Ella había probado su valor demasiado tiempo atrás. Debería estar retirada y en paz como para que él le hiciera perder el tiempo de ese modo. Feza Naoko había renunciado a todo por servir al clan, incluso cuando su sangre fuera otra. Si ella lo ordenaba, entonces no había discusión alguna.

Pip sofocó un grito. Todos se giraron para verla. Su rostro estaba tan pálido como la muñeca entre sus manos, sus ojos se llenaron de lágrimas, y si esa niña alguna vez había sentido terror alguno, lo mostró en aquel momento.

—Tengo que dormir —dijo—. ¡Háganme dormir!

Golpeó su cabeza con su muñeca como si aquello fuera a servir de algo. Nadie se movió, la confusión demasiado fuerte, mientras la niña corría por la sala revisando cajones y estantes sin dejar de repetir una y otra vez que debía dormir. Incluso soltó un improperio demasiado fuerte para su edad al revisar las pertenencias de Nix y no encontrar nada.

El ladrón de mundos (trilogía ladrones #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora